—No sé qué está pasando, mamá —dije finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros—. Astrid... ella... no recuerda nada. Dice que fue a ver a Catrina por información sobre Elliot y, de pronto, apareció en la cascada, llena de sangre y... —Me llevé una mano al rostro, frotándome los ojos con frustración—. No puedo entenderlo.
Mi madre me miró con esa mirada inquisitiva que siempre me había puesto nervioso desde que era un niño. —¿Y tú le crees? —preguntó con suavidad.
—Claro que le creo —respondí, tal vez demasiado rápido, demasiado defensivo—. Astrid no podría hacer algo así. Ella... ella no es una asesina.
Mi madre soltó un suspiro y asintió lentamente. Sabía que hasta mi madre dudaba de Astrid —Entonces, ¿qué piensas que pasó? ¿Alguien más estuvo involucrado? Tu mismo la encontraste con el cuero de Lila y la sangre en toda su ropa.
Abrí la boca para responder, pero un golpe seco en la puerta interrumpió la conversación. Antes de que pudiera siquiera dar la