ASTRID
Desperté con un sobresalto, como si un trueno hubiera estallado en mi cabeza. El techo de mi habitación se extendía sobre mí, familiar y desconocido al mismo tiempo.
El dolor palpitante en mis sienes me obligó a llevarme una mano a la frente, cerrando los ojos con fuerza mientras los recuerdos se desvanecían como humo entre mis dedos.
Parpadeé varias veces, intentando aclarar mi visión. El cuarto estaba en penumbra, las cortinas cerradas, y el silencio era denso, aplastante.
Me incorporé lentamente, y fue entonces cuando noté algo extraño: mi ropa. Estaba manchada de sangre.
Mi respiración se detuvo por un segundo eterno, y luego explotó en un jadeo ahogado. Las manchas carmesí se extendían por mi blusa, mis manos... incluso mis uñas tenían pequeños rastros oscuros. Un temblor incontrolable se apoderó de mí, y llevé las manos al rostro, observándolas con horror.
—¿Qué... qué demonios...? —murmuré, apenas reconociendo mi propia voz.
Intenté recordar, cavé en mi mente como si