ASTRID
El aire olía a bosque y a despedida.
Me abracé a mí misma mientras observaba a Ronan ajustar el abrigo sobre mis hombros.
—Vas a estar bien aquí —me dijo, al fin.
Estábamos fuera de la cabaña, con los árboles enormes rodeándonos como centinelas verdes. Freya, Eunice y Elliot ya habían entrado, dejándonos ese último momento a solas. Incluso Akmar, el enorme león, estaba recostado cerca pero en silencio, respetando la calma.
Se suponía que este viaje era para encontrar paz, y una estabilidad emocional.
—Lo sé —respondí, con una sonrisa que apenas me salía—. Es justo lo que necesito. Estar lejos de todo. De la manada… del murmullo constante, de las miradas.
—Y del consejo —agregó él, medio frunciendo el ceño.
Asentí.
—Y del consejo —repetí, con un suspiro.
Hubo un instante de silencio entre los dos. Uno cómodo, lleno de cosas que no necesitábamos decir porque ya las sabíamos. Después, Ronan se inclinó hacia mí, y su frente tocó la mía.
—Prométeme que vas a cuidarte —susurró.
—Te