¡¡¡¿QUEEEEEEEE?!!!!!
ASTRIDHabía colocado la última flor en el centro de la mesa cuando escuché el crepitar del fuego en la chimenea, llenando el salón de un aroma cálido, familiar.Todo tenía que ser perfecto. Esta noche era para él. Para Ronan.Me alisé las manos nerviosas sobre el vestido azul oscuro que había elegido con tanto cuidado, de tela liviana y bordado en plata. Lo había tenido guardado para una ocasión especial, y ¿qué podía ser más especial que el cumpleaños del hombre que amaba.Me rocié apenas un poco de la loción que él me había regalado meses atrás. Esa que olía a violetas y bosque tras la lluvia. Sabía que Ronan la reconocería de inmediato.Respiré hondo. Sonreí para mí misma.Hoy nada podía salir mal.Unos golpes suaves en la puerta interrumpieron mi concentración.Lila asomó la cabeza, con una sonrisa discreta.—Astrid, ya regresaron —avisó.Mi corazón dio un pequeño salto de emoción.Me apresuré hacia la entrada, mi falda flotando a mi alrededor, las manos temblándome apenas de anti
Mi lobo dentro de mí estaba inquieto, gruñendo, presintiendo la tormenta que se avecinaba.Rambo a mi lado con su mandíbula tensa. Detrás de nosotros, nuestra manada: betas. Cuando llegamos a la frontera, los vi.Un ejército de betas aguardaba, uniformados con armaduras de cuero negro y símbolos del Reino del Agua grabados en el pecho.Claudia estaba al frente, su cabello trenzado, los ojos fríos como el hielo.A su lado, Naia.—¿Qué demonios es esto, Naia? —rugí.Ella avanzó unos pasos, con la sonrisa de quien cree tener la partida ganada.—Venimos a reclamar lo que es nuestro.—¿Y qué es exactamente lo que crees que te pertenece? —gruñí.Naia se irguió, orgullosa, como si su palabra fuera ley.—Quiero a mi hijo —anunció.Me quedé helado un segundo.Luego, reí. Un sonido seco, rabioso.—No te vas a llevar a Lucian —espeté—. Ni hoy, ni nunca.Ella entrecerró los ojos, como si esperara esa respuesta.—Ronan, nadie en tu manada aceptará un líder que no sea hijo de su alfa legítimo —dijo
ASTRID—¡Freya! ¡Freya, por favor, responde!Pero el único sonido que obtenía a cambio era el murmullo del viento entre las hojas.No pensaba rendirme.Había algo en mi pecho, una mezcla de angustia y culpa, que no me iba a dejar tranquila hasta encontrarla.De repente, levanté la vista. Algo me llamó la atención.Allá arriba, en la copa de un roble altísimo, una silueta delgada se recortaba contra el cielo gris.—Freya... —susurré, aliviada.Estaba sentada en una rama, con las piernas colgando, abrazándose a sí misma. Parecía diminuta en comparación al árbol gigante.—¡Freya! —grité un poco más fuerte—. ¡Baja, por favor! ¡Hablemos!Pero ella ni siquiera giró la cabeza.Mi corazón se encogió. No podía dejarla ahí arriba, sola con sus pensamientos oscuros. Así que, sin pensarlo dos veces, apoyé las manos en el tronco rugoso y empecé a trepar.Las primeras ramas fueron fáciles. El cuerpo recordaba cómo moverse, ágil gracias a los entrenamientos con Rambo y los betas.Cuando llegué a su
ASTRIDLa madrugada era una neblina densa entre los árboles.El cielo apenas se había aclarado, y el bosque despertaba con el canto tímido de los pájaros.Pero en el interior del auto, todo era silencio… salvo el ronroneo suave del motor y la respiración acompasada de Lucian, que dormitaba recostado sobre mi hombro.Elliot iba al volante, atento, sin apartar la vista del camino.Detrás de nosotros, otro vehículo seguía de cerca, transportando a Rambo, su esposa y dos betas más. Y más atrás —aunque fuera de nuestra vista—, Ronan se movía con otros guerreros entre la maleza, como un depredador oculto entre sombras.Sabíamos que no podíamos confiarnos.Sabíamos que Naia estaba cerca… demasiado cerca y no estábamos dispuestos a entregarle a Lucian. Lucian se removió, parpadeando con pesadez mientras se desperezaba con un bostezo.—¿A dónde vamos, Astrid? —preguntó con esa voz ronca de cuando recién despierta.—¿Por qué salimos tan temprano?Le acaricié el cabello suavemente y le sonreí.
RONANEl humo lo cubrió todo.Espeso, denso, maldito. Como una sombra viva que se aferraba a mis sentidos, nublándome la vista, la nariz, el alma.Lucian.Ya no escuchaba su voz.El eco de su grito se apagó como una vela en la tormenta, y eso me arrancó el aliento más brutal que jamás he sentido.Intenté avanzar entre la neblina, me lancé con garras abiertas, colmillos al aire, pero era como correr dentro de una pesadilla. Cada paso me alejaba más de él. Cada zancada era inútil.Cuando la nube se disipó, cuando el viento por fin arrastró el humo hacia lo alto de los árboles, supe la verdad.No estaban.Lucian ya no estaba.Me quedé quieto, mi lobo jadeando, mis patas clavadas en la tierra como si pudiera hundirme en ella y desaparecer. Lo había perdido.Mi hijo.Sentí la rabia nacer en mi pecho, como fuego líquido. Sabía dónde lo habían llevado.Sabía quién había ordenado esto.Naia.No me importó si había más enemigos cerca. Me lancé a correr, como un rayo de oscuridad entre los árb
ASTRIDGolpeo el tronco una vez más.Mis nudillos están enrojecidos, pero no me importa. El aire fresco del bosque arde en mis pulmones, y el sudor me empapa la espalda.No hay sonido, salvo el jadeo de mi respiración y el golpeteo de mis puños contra la madera.Una semana.Siete días sin Ronan.Compartimos techo… pero no palabras. Dos extraños en la misma casa. Dos alfas distantes, rotos, tragándose el dolor a solas.Rambo me dijo que él y Livia buscan un modo de romper la protección del reino del agua y buscar a Lucian. Pero ¿por qué con ella? “Si hubiera corrido más rápido… si hubiera sentido el humo antes… si hubiera escuchado mejor…”Golpeo el tronco de nuevo.—¡Astrid! —una voz fresca interrumpe mis pensamientos.Me giro, con el corazón aún encendido por la rabia contenida.Freya se aproxima entre los árboles. Desde nuestra última conversación, hemos creado una conexión silenciosa.—Eunice dice que Catrina va a contar una de sus historias hoy —dice Freya, sonriendo con suavidad
ASTRID La habitación de Ronan estaba en penumbra, como a mí me gustaba. La luna entraba por las cortinas pesadas, dibujando líneas suaves sobre la alfombra oscura. El aire olía a su esencia… almizcle, bosque y un dejo de tormenta. Me envolví en ese aroma con cada respiración.Había usado el perfume que él me regaló. Me puse el vestido de dormir más atrevido que tenía —una tela de seda ligera, negra, con encaje que apenas rozaba mi piel y no dejaba mucho a la imaginación—. Quería que esta noche fuera solo nuestra. Que, por un instante, todo lo demás desapareciera: Naia, y la pérdida de Lucian.Quería que la distancia entre ambos terminara. Solo él y yo.Me senté en el borde de la cama, las piernas cruzadas, el corazón latiendo fuerte. Cada ruido del pasillo me hacía contener la respiración. Y entonces, finalmente, la puerta se abrió.La luz se encendió.Y ahí estaba él.Ronan.Su figura llenó el marco de la puerta. Llevaba la camisa medio abierta, la mandíbula tensa, el cabello despe
“No hay embarazo. Fue solo una falsa señal.”Sus palabras todavía resonaban en mi cabeza como un eco cruel.Había sido una mentira. Mi esperanza, mi fe ciega en que por fin estaba embarazada, que al fin cumpliría mi propósito como Luna del Reino del Viento… todo se había desmoronado en cuestión de segundos.Caminé sin rumbo fijo, mis pasos guiándome de regreso al castillo, pero mi mente perdida en el vacío. En el camino, pasé junto a un grupo de niños betas, ojos color verde; jugando con una pelota de cuero. Los lobos eran clasificados según el color de sus ojos, una jerarquía impuesta por la misma naturaleza. Los alfas, de ojos celestes, nacían para liderar. Los betas, con ojos verdes, eran su base, su ejército, su fortaleza. Y los omegas… los más frágiles de la manada, los más dependientes, los que vivían en los márgenes, de ojos amarillos.Y yo, Astrid, nacida con los ojos más azules que el cielo, la Luna me había elegido para estar al lado de Magnus. Había aceptado mi destino si