LUCIAN
Me quedé de pie junto a la gran ventana del salón, con una taza de café en las manos, observando cómo las dos niñas jugaban entre arbustos y flores, correteando sin preocupación alguna.
Anna y Hanna.
Las gemelas que Marie trajo a casa ayer.
Y aunque debería sentirme incómodo con su presencia, no podía dejar de mirarlas.
Había algo en ellas…
Una energía familiar. Una vibración en el aire.
Como si mi alma supiera algo que mi mente aún no recordaba.
—¿En qué piensas? —preguntó Marie, apareciendo a mi lado.
—En ellas —respondí, sin apartar la vista—. ¿Dónde dijiste que las encontraste?
Marie se apoyó en el marco de la ventana, con una sonrisa en su rostro.
—En el bosque —respondió con tranquilidad—. Salieron de pronto del lado de la carretera. Por poco las atropello. Estaban desorientadas, sucias, como si hubieran estado corriendo durante días. No sabía qué más hacer, así que las traje aquí.
No dije nada por unos segundos.
—¿Y no dijeron nada? ¿Sobre sus padres?
Marie se encogió