FREYA
El cielo estaba despejado, y el sol brillaba con una calidez que no sentía desde hacía semanas. Me encontraba junto a Caleb, de pie en lo alto de la colina que daba la bienvenida al territorio del reino del fuego, esperando.
Los árboles temblaban con la brisa. Mi pecho latía con fuerza. Era un día importante. Hoy, las tres manadas finalmente se unirían en un solo territorio, y con ellas, nuestras últimas esperanzas de vencer a Naia.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Caleb a mi lado, con una leve sonrisa.
Lo miré. Su expresión era serena, pero sus dedos estaban apretados alrededor de los míos. Asentí.
—Mucho.
Y entonces, los vi.
Una larga caravana avanzaba entre los árboles. En el frente, dos figuras montaban lobos grandes como rocas. Reconocí de inmediato el cabello claro de Astrid ondeando al viento. A su lado, Ronan… mi padre. Y entre ambos, con una energía desbordante, iba un niño pequeño de sonrisa contagiosa. Antony.
Corrí.
No me importó que Caleb se quedara atrás, ni que estuvi