CAPÍTULO 103

RONAN

Allí estaba.

Mi niña.

Mi Freya.

Por un segundo, pensé que mi mente me jugaba una trampa, una visión causada por la fatiga, por los días de guerra, por la nostalgia eterna que llevaba clavada en el pecho desde que la entregué en matrimonio. Pero no. Era ella. De pie, en medio de la habitación. Su rostro firme, pero vulnerable. Era una loba hecha mujer, y seguía siendo mi hija.

No pensé. Solo corrí.

La abracé con todas mis fuerzas, envolviéndola con los brazos como si pudiera protegerla del tiempo que ya nos había sido robado. La levanté del suelo como cuando era pequeña y giré con ella en el aire. Sentí su risa quebrada en mi cuello y mis ojos se llenaron de lágrimas que no me molesté en disimular.

—Perdóname —le susurré, bajándola con suavidad—. Por decidir tu destino sin preguntarte. Por abandonarte cuando más me necesitabas. Yo solo… quise protegerte.

Besé su frente, luego sus mejillas, como solía hacerlo cuando era una niña y despertaba por las noches con pesadillas. Su aroma
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