EUNICE
El aire en la entrada de la cueva era espeso, como si la tierra misma contuviera la respiración. Frente a mí, la boca de la montaña parecía un gigante dormido, esperando abrirse para devorarnos o para mostrarnos sus secretos.
—Muy bien —dije, alzando la voz—. Antes de entrar, deben saber que hay reglas en este lugar. No se separen. No corran si no es necesario. Y si llega a temblar, busquen una salida de inmediato… cualquiera menos la del centro. Esa conduce al mundo de los humanos. Si cruzan ese umbral… no hay regreso.
Los rostros me miraron con una mezcla de atención y tensión. Freya asintió con firmeza, y Caleb la tomó de la mano con una seguridad que me pinchó el pecho. Akmar, mi leal león, caminaba a mi lado, sus pasos silenciosos pero firmes. Leif, detrás, me seguía con el ceño fruncido. No hacía falta mirar dos veces para saber a quién observaba en secreto.
Y lo peor era que ella no lo notaba.
Comenzamos a avanzar. Preferí ir en forma humana. Había aprendido que, entre