Narrador omnisciente
El fuego comenzó a cubrir el contenedor. La Alfa aún seguía dentro. En cuanto el Beta se dio cuenta, corrió a socorrerla. Entró sin importarle que el fuego le causara lesiones. Avanzó hasta encontrar su cuerpo, la tomó en brazos y la sacó. Estaba lacerada, con una gran herida en el costado. Salió del contenedor y fue directo al auto que ya lo esperaba. Subieron al vehículo y la llevaron a una clínica. Ella seguía inconsciente. —Mi Alfa, por favor despierte —suplicaba el Beta mientras el conductor manejaba como un maniático. Al llegar, la acostaron en una camilla. Un doctor se acercó de inmediato. —¿Qué le ocurrió a la Alfa? —preguntó el médico. —Estaba rastreando algo... no me dijo qué. Cuando llegó al último contenedor, este explotó. Al parecer, había algún tipo de dispositivo. —¿Por qué no cura? ¡Debería estar sanando! —exclamó el doctor al observar la herida. —Ha perdido mucha sangre —respondió el Beta. —La llevaré al quirófano. Eso que tiene en el costado... parece plata —dijo señalando la herida. Llevaron la camilla a otra habitación y comenzaron a prepararla para la revisión. Tenía varios hematomas, y la herida era considerable. El médico comenzó a extraer fragmentos de metal de su cuerpo. Media hora después, retiró el último pedazo. Las heridas comenzaron a cicatrizar de inmediato. —¿Dónde está mi sobrina? ¿Qué le sucedió? —preguntó su tío, al llegar. —La están atendiendo, señor —informó el Beta, Edril. —¿Qué ocurrió exactamente? —Había algo en el último contenedor —respondió, sin dar más detalles. —Edril, será mejor que te atiendan también —dijo una enfermera—. No podemos tener a los dos heridos. Edril la miró y asintió. Caminó junto a la enfermera hasta llegar al mismo doctor que había atendido a la Alfa Naín. —Veamos tus heridas —dijo el médico. Al revisarlo, notó que sus quemaduras sanaban lentamente. Le pidió quitarse la camisa y, como sospechaba, también tenía un fragmento de metal incrustado en el costado, proveniente del contenedor. Una vez retirado, sus heridas comenzaron a sanar mucho más rápido. —¿Cómo está la Alfa? —preguntó con preocupación. —Está mejor. Sus heridas están sanando rápidamente, las quemaduras ya son historia. Este antibiótico te ayudará a sanar más rápido. —Quiero estar con Naín cuando despierte —dijo el Beta. —Para eso necesitas estar al cien por ciento. Cuando despierte, estoy seguro de que querrá remover cielo y tierra para encontrar a los culpables. —¿También cree que esto fue planeado? ¿Que alguien quiere acabar con la manada Blades Moon? —Sí. Desde que Naín tomó el liderazgo de la manada, han ocurrido cosas extrañas. Antes había ataques, pero no de esta magnitud. Estoy seguro de que alguien intenta desprestigiarla, y debemos estar con ella, apoyarla en todo —opinó el doctor. —Yo siempre estaré con mi Alfa. Daría mi vida por ella. No permitiré que nadie le haga daño —afirmó Edril con convicción. —Volveré en unos minutos. No quiero que la Alfa despierte y destruya todo —añadió con una sonrisa. El Beta también sonrió. Ambos conocían el carácter explosivo de Naín. El médico entró a la habitación. La Alfa seguía dormida, pero sus heridas ya estaban completamente curadas. Salió para dejarla descansar un poco. Horas después, el Beta entró a la habitación. Ella abrió los ojos, dejando al pobre Edril paralizado. —¿Dónde demonios estoy? —rugió con tono de Alfa. —Está en el hospital, mi Alfa. Sufrió una herida grave, pero Yaren ya extrajo la plata. —Alguien quiere verme muerta. Esto fue un atentado. Necesito ir a la naviera. —Pero, mi Alfa, debe quedarse hasta que el doctor le dé el alta. —No entiendes la magnitud de esto, ¿verdad? Una herida no me detendrá. Deberías saberlo ya —le lanzó una mirada severa—. Quiero que te comuniques con Tamir y le digas que no deje entrar a ningún humano al área afectada. No quiero que toquen nada. En ese momento, uno de sus hombres entró con una bolsa. —Alfa, aquí está lo que pidió. —Gracias —respondió. Se levantó y tomó la bolsa. El hombre se retiró de inmediato. NAÍN Al despertar, lo primero que veo es a mi Beta, que me observa con expresión preocupada. —¿Alfa, qué va a hacer? —pregunta al verme de pie. —¿Qué crees? Voy a investigar cómo llegó esa bomba a uno de mis contenedores y cómo terminó esa mercancía ahí. Nada de lo que había ahí me pertenecía. —¿Cuando habla de "magnitud", se refiere a que sus sospechas son ciertas? —Sí, Edril. Por eso no quiero que ningún humano contamine el área de la explosión. Ellos no sabrán identificar el olor que percibí, y sus investigaciones solo se basarán en el artefacto explosivo. —¿Qué más sabe, Alfa, que no me quiere decir? —Aún no tengo nada concreto. Pero te lo diré en cuanto estemos en un lugar seguro —lo miro de arriba abajo—. ¿Estás bien? ¿No te pasó nada? ¿Hubo heridos? —No, Alfa. Solo usted. Todos estábamos algo lejos cuando ocurrió la explosión. —¿Tú saliste herido, verdad? ¿Fuiste tú quien me sacó? —Sí, mi Alfa. Haría lo que fuera por usted. —Gracias, Edril. Creo que fue mejor que resultáramos heridos nosotros y no ellos. No me lo perdonaría si algo le pasara a mi gente. —Usted es la mejor Alfa que podríamos tener. Nadie podría ocupar su lugar. —Déjate de sentimentalismos y prepárate para regresar a la naviera —asintió y salió de la habitación. Me quité la bata del hospital. Tocaron la puerta. Dije un simple “adelante”, y entró Yaren, quien gruñó al verme en sujetador y tanga. —Mi Alfa... quiere provocarme un infarto. —No estoy para insinuaciones ni romances hoy —con él, el único hombre con quien tengo encuentros, este ser de cara de Adonis y cuerpo de dios olímpico. —No sabía que me recibirías así. ¿Qué te sucede? —Sabes perfectamente lo que me pasa. No estaré tranquila hasta atrapar a los culpables. Los voy a cazar, uno por uno —dije en tono neutro. —No sabes lo que me prendes cuando hablas así. Pero entiendo la situación —se colocó detrás de mí y besó mi cuello—. Podré verte luego... necesitas descargar toda esa furia —me giré para quedar frente a él. —Lo sé. Te buscaré después de resolver esto. —Saldré temprano y te prepararé algo delicioso —no respondí mientras me ponía el pantalón y la blusa—. Afuera está tu tío. —Seguro viene con sus sermones —me puse las botas y el saco. —Te espero —asentí. Salí al pasillo, donde me encontré con Edril. —Ya hablé con Tamir. Está demorando a los humanos. Quieren entrar. —Vamos antes de que entorpezcan todo. —Sí. —Naín, hija, no puedes irte así. Deja que los humanos se encarguen de la investigación, o manda a alguno de los lobos expertos —me giré hacia mi tío. —No voy a permitir que ningún humano investigue lo que solo a mí me compete. —Pero Naín, por poco mueres. —Tendrán que hacer mucho más que eso para matarme. —No seas terca, Naín —lo miré con los ojos encendidos de rabia—. Tengo la solución para eso, solo acepta mi propuesta. Solo debes con... —¡Ya basta! No me hagas perder el tiempo —lo interrumpí. Lo dejé con la palabra en la boca y salí del hospital. Este era un centro donde se atendían tanto humanos como seres sobrenaturales, ya que todo el personal pertenece a nuestra especie. Subimos al auto y fuimos directo a la naviera. Sé que alguien está detrás de esto. No sé quién es, pero pagará muy caro. Cuando lo encuentre, me encargaré personalmente. —Naín, ¿y qué vas a hacer? No podemos llegar así como si nada. Tal vez muchos te vieron herida. —Descuida, Deka. Entraremos por la parte trasera. Debemos recolectar todo lo posible, sobre todo lo necesario. —Tendrás que usar un hechizo. —Ya tengo uno preparado, no te preocupes. Al llegar al contenedor donde ocurrió la explosión, Deka y yo nos fusionamos. Comenzamos a buscar no solo olores, sino también los restos de la supuesta mercancía. No sé cómo llegó ahí, pero lo averiguaré por las grabaciones. Nadie lo sabe, pero cada contenedor tiene cámaras ocultas. Solo yo tengo las contraseñas y el acceso a sus grabaciones. Desde que papá murió, no confío en nadie. Tal vez por eso muchos me odian. O quizás porque no soportan que una mujer sea líder de una manada y, además, dueña de una naviera tan grande y reconocida a nivel mundial. Recolecto todo lo útil, incluso los fragmentos de la bomba. —Alfa, debemos revisar también las grabaciones. —Sí. Con esto es suficiente. Guarda todo —le digo a uno de mis hombres, uno de los que sé que daría su vida por mí. Salimos de lo que queda del contenedor... Salimos de lo que queda del contenedor. Por suerte, la explosión solo afectó a ese lugar. Me dirijo a las oficinas y contacto de inmediato con Tamir para indicarle que deje pasar a los humanos. Edril entra poco después. Le hago una seña para que cierre la puerta. Él es la única persona en quien confío, aunque sea solo un poco. Es mi beta. Saco mi laptop y comienzo a buscar las grabaciones. Todas las cámaras del recinto están conectadas a este sistema. Reviso los registros de la última semana, pasando cuadro por cuadro, en busca de algo fuera de lugar. Ya llevamos dos horas revisando, y aún no encuentro nada. —Tal vez no haya nada, Alfa… —murmura Edril. —No, Edril. Sé que hay algo aquí —le respondo con firmeza. Entonces, algo en uno de los cuadros llama mi atención. Me inclino hacia la pantalla. —¿Ves lo mismo que yo? —Sí, Alfa… —Las revisiones de las cámaras se hicieron hace un mes. ¿Por qué esta no está funcionando? —No lo sé, Alfa. Como dijo, les dieron mantenimiento hace un mes —asiento lentamente. Hay varias cámaras que no están funcionando… y, curiosamente, todas son las que cubren los hangares donde se almacenan los contenedores. Y esto ocurrió solo una noche. Las demás siguieron funcionando con normalidad. Accedo a las grabaciones de esas cámaras. Encuentro la del contenedor donde ocurrió la explosión y reproduzco la imagen una y otra vez. Lo que veo me hiela la sangre. Me dejo caer en la silla, en silencio. —Alfa, eso es… —Tráiganlo ante mí. Ya —ordeno con la voz tensa. Edril se dirige a la puerta, pero lo detengo. —Espera, Edril. Llévalo al lugar donde nos encargamos de los traidores…