El amanecer no trajo calma.
Las nubes pesadas se extendían sobre los valles como un presagio oscuro. El aire olía a hierro, a tormenta… a guerra.
Christian observaba el horizonte desde lo alto de la terraza del último nivel de su mansión.
Estaba a la espera de la confirmación que marcaría el comienzo de su plan. Su mirada estaba fija hacía el oeste, justo la dirección que lo ubica hacía el bosque élfico. El deseo de tomar posesión de lo que consideraba suyo ardía el su pecho con una furia contenida.
Irina aguardaba detrás de él, impaciente, con las manos cruzadas y el rostro tenso.
Sabía que lo que estaba haciendo era la traición más grande que podría hacerle a Vladislav, pero confiaba que nada podría salirle mal. Si Christian lograba que Adara see pusiera en su contra, que lo odiara como ambos preveían, nada podría hacer fallar su plan de reconquista a Vladislav.
Irina tenía todo planificado, había medido metódicamente no solo los tiempos sino también el efecto de su acción.
—Ya no