En un descanso, caminó hasta la terraza del edificio. El aire frío de Bucarest la recibió como un golpe en el rostro. Se abrazó a sí misma, intentando calmar el vértigo de la ciudad desplegada ante sus pies.
Recordó entonces la furia en los ojos de Vlad en el sueño, la confesión velada de que aquello los arrastraría a la ruina. Y algo dentro de ella tembló:
«¿Solo fue un sueño sin significado? ¿Era realmente una premonición? ¿O estaba perdiendo la cordura?», cuestionó en su mente.
Esa noche, de regreso en su departamento, Adara buscó cualquier distracción: una ducha larga, música suave, incluso una copa de vino. Pero nada lograba acallar la sensación de que no estaba sola. La luna, aunque invisible detrás de las nubes, seguía ejerciendo un influjo que la mantenía alerta, como si el sueño pudiera reclamarla otra vez en cualquier momento.
Finalmente, exhausta, se tendió en la cama. El silencio de la casa era tan profundo que podía escuchar el latido de su propio corazón. Se acurrucó b