Christian caminaba de un lado a otro en su despacho, con las luces bajas y el whisky olvidado sobre el escritorio. Sus dedos tamborileaban contra la madera, un tic nervioso que delataba el torbellino en su interior. Cada segundo parecía más largo que el anterior. La desaparición de Leandro lo había descolocado; lo último que necesitaba era que ese rumor llegara a oídos del Alfa líder de la manada. Y peor aún, algunos de sus propios lobos ya lo habían acorralado con preguntas, exigiendo explicaciones.
«¿Qué sabes tú de Leandro, Christian?», recordó que le habían gruñido un par de ellos, con la sospecha ardiendo en sus miradas.
Apretó la mandíbula con furia al recordar el momento. No podía permitir que lo relacionaran con eso.
¡No ahora, cuando estaba tan cerca de conseguir lo que siempre había querido! Adara.
Ella era su llave, su pase directo a la sucesión del liderazgo, al poder absoluto.
Pero todo estaba saliendo mal. Primero, esa maldita mujer lo había sorprendido con otra, arrui