Decididos a no perder a Ionela. Se embarcaron en un camino que aunque todos sabían que era peligroso, no dudaron en transitar.
La tierra de la manada Luna Roja se extendía ante ellos como una vasta selva de sombras. Los árboles eran altos y densos, sus raíces entrelazadas como si quisieran atrapar a cualquiera que se atreviera a cruzar su umbral. Vladislav, Adara, Blade, Florin y el resto de los miembros de la manada Drakos avanzaban con cautela, pisando el suelo cubierto de hojas secas, y el aire impregnado de una tensión que asfixiaba. La incursión en territorio enemigo no era solo una misión de rescate, sino una declaración de guerra.
El pacto de paz, aunque frágil, había mantenido la calma entre las manadas durante años. Pero ahora, con la desaparición de Ionela y las recientes atrocidades cometidas por Christian, ese acuerdo estaba a punto de romperse. Los ojos de Vladislav brillaban con furia contenida, pero su rostro mostraba una calma tensa, como un depredador que acecha a su