Irina se encontraba en su casa, sola, en silencio. No se contuvo, esperaba que en cualquier momento lograra contactar con Vladislav. Sabía que había salido de la ciudad, y aun así decidió ir hasta allá.
—El alfa no está —le dijo uno de los hombres que Vladislav dejó a cargo de la mansión.
Irina lo miró con desprecio, y siguió caminando.
—Yo sé. También es mi casa, ¿Lo olvidas? —le dijo con arrogancia y el mismo despreció con el que lo miró.
La mansión de la manada Drakos, siempre estaba llena de actividad, en ese instante al estar en total silencio parecía vacía, sin vida. Mientras se sentaba frente a la ventana en la sala de estar, mirando la oscuridad que se cernía fuera, un sentimiento de frustración y celos recorrió su cuerpo como un veneno.
Recordó que aunque había sido una de las más cercanas a Vladislav durante mucho tiempo, ahora sentía que todo lo que había logrado se desmoronaba. La presencia de Adara, la forma en que Vladislav la miraba, cómo se había convertido en la pie