El aire fuera del juzgado era fresco, cargado de la brisa fría del mediodía de ese día. Adara avanzaba por la acera, mientras el sonido de sus tacones resonaban sobre el concreto, cuando una figura apareció frente a ella de repente, bloqueando su camino. Un suspiro de frustración escapó de sus labios antes de que pudiera detenerse por completo. Christian, con su actitud arrogante y sonrisa cargada de superioridad, la miraba como si hubiera estado ahí, esperándola desde siempre.
—¿A dónde vas tan rápido, Adara? —preguntó él con un tono de voz suave y seductor.
Adara frunció el ceño, pese a que sintió una repulsión en su estómago, lo que hubiera justificado cualquier vómito de insultos que hubiera lanzado sobre él se limitó a levantar una ceja mientras lo observaba. Christian siempre había tenido esa forma de hablar, de hacer que cualquier conversación pareciera una invitación a algo más. Pero en ese momento, ella ya lo conocía, y el rechazo de su cuerpo de solo pensarlo era indescript