Antes de que pudiera responderse, la puerta de la biblioteca se abrió con un suave crujido, interrumpiendo sus pensamientos. Una figura apareció en el umbral: Gasper, uno de los hombres de Vladislav, con su rostro grave y serio.
—Señor, Vlad —dijo el hombre con voz profunda, mirando a Vladislav—, acaba de llegar un mensajero de Irina, mandó a recoger sus cosas, Estaba esperando que usted llegara para saber qué hacer.
Vladislav frunció el ceño y se acercó rápidamente a Gasper, tomandolo por el hombro. Adara, sintiendo el cambio en la atmósfera, se quedó atrás, observando con cautela. La tensión volvió a colarse en el aire entre ellos, y Adara no pudo evitar sentir que estaba incómoda en medio de esa situación. Para ella era innegable que entre él e Irina había algo.
—Dile a la doméstica que recoja todo, si anda berrinchuda, entonces le daré lo que pide, pero de mí no va a obtener nada más. Odio a las mujeres caprichosas —ordenó Vladislav, su voz cargada de ira.
El hombre asintió co