A la mañana siguiente, la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor cálido que, de alguna manera, se sentía extraño para Adara. La noche anterior había pasado por un torbellino de emociones: la presencia del elfo como una confirmación del destino de ella y Vladislav, la conversación con Vladislav, los roces de sus almas, la incertidumbre de lo que ambos estaban a punto de enfrentar, la negación de Vladislav de ver la importancia de ellos para evitar una catástrofe en sus vidas. Todo. Aunque ella era netamente incrédula de esas cosas, las series de señales que ha recibido en todas esas semanas era la prueba de que el elfo no podría estarle mintiendo.
Al despertar esa mañana, más lúcida fue consciente de lo que estaba viviendo, la realidad la golpeó con fuerza. Ya no podía huir de las decisiones que había tomado, ni de la nueva vida que parecía estarle trazando el destino.
«Tengo miedo a todo esto», pensó y se abrazó mirando el techo d