El agua del lavamanos seguía corriendo, inútil, rompiendo el silencio eléctrico del baño del juzgado. El reflejo en el espejo mostraba a Adara y Vladislav respirando el mismo aire, tan cerca que el temblor de uno agitaba al otro.
Él la miró al separarse apenas unos centímetros de sus labios, con esa mezcla de rabia y deseo que le desgarraba la voz cada vez que decía su nombre.
—Adara… —susurró, y fue más una súplica que una palabra.
Ella quiso decir algo, poner una distancia lógica, racional… pero su cuerpo la traicionó antes que la mente.
Vladislav se apoderó nuevamente de su boca sin darle posibilidad de decir algo. El beso fue un incendio. Se vio respondiendole al rodear su cuello con sus brazos. No hubo titubeos, solo la liberación brutal de todo lo contenido. Se fundieron como si llevaran siglos esperando ese instante. Las manos de Vladislav se volvieron ansiosas, indomables, un ejército de impulsos que buscaban conocerla, reconocerla, reclamar lo que el destino había negado tant