Y Vladislav sintió, por primera vez en siglos, algo parecido al verdadero miedo.
Mientras tanto a Ionela y Adara, el bosque las recibió como si hubiese estado aguardándolas desde antes de que nacieran.
El aire cambió apenas cruzaron la primera línea de árboles: más denso, más vivo, cargado de una vibración que parecía fluir desde la tierra misma. Ionela avanzaba con pasos seguros, como si recordara un camino que nunca había transitado.
—Esto es nuevo para mí —dijo Ionela—. Espero que estés segura a donde vamos.
Adara la seguía en silencio, pero su respiración aún estaba temblorosa. No por cansancio.
Por lo que había dejado atrás. Por lo que estaba empezando a admitir.
—Pierde cuidado, no lo tengo claro, Io, pero algo dentro de mi me dices que avancemos. Llegaremos a un lugar seguro.
Finalmente, Ionela se detuvo en un claro estrecho, casi un bolsillo entre raíces retorcidas. El lugar parecía haber sido moldeado por la luna misma: ramas entrelazadas en forma circular, un centro despejad