El silencio que siguió a la desaparición de la entidad no fue alivio. Fue un vacío tenso, pesado, como si el aire se hubiese espesado alrededor de todos. Adara permanecía en el centro, respirando hondo, casi de forma mecánica, mientras la realidad recuperaba sus bordes.
Ionela se acercó un paso, cautelosa, como si temiera romper algo más frágil que la calma.
—Adara… —susurró.
Pero Adara levantó la mano, silenciándola. No con brusquedad, sino con una determinación que heló a todos.
—Me voy.
Blade frunció el ceño. Eryndor giró apenas el rostro, como si hubiese escuchado una revelación peligrosa.
Y Vladislav… Vladislav dio un paso hacia ella sin pensarlo.
—No —la palabra salió grave, ronca, casi primitiva—. No en este estado. No sola. No ahora.
Adara lo miró directo y firme, y esa simple mirada lo dejó sin aliento: no había furia en ella, pero sí un cansancio profundo, lleno de grietas, como si cada parte de sí se hubiera desgastado luchando contra algo que nadie más lograba ver.
—No es