Una pregunta muy seria.
La posada junto al lago tenía una terraza de piedra que colgaba suavemente sobre el agua. La lluvia había cesado hace apenas un par de horas, y el aire aún olía a tierra mojada y glicinas florecidas. Unas lámparas de aceite colgaban del alero, lanzando reflejos dorados que parecían bailar con la brisa.
Louis le ofreció la silla a Azalea con una reverencia exagerada y teatral.
—Mi dama, la constelación más brillante del pueblo —dice, guiñándole un ojo.
Azalea suelta una risa tímida, acomodando con cuidado la falda de su vestido.
—Eso suena demasiado cursi. Hasta para ti.
—Lo sé —responde con orgullo—. He practicado.
—¿Siempre vienes a sitios como este?
—Casi siempre. ¿Y tú?
—No soy muy social que digamos. Las demás damas se incomodan al verme y reaccionan extraño cuando quiero hablarles. Solo tengo dos amigas. Mi doncella y mi amiga, la modista que viste antes.
—Oh...ya veo. Eres de pocas amigas, pero no es tu culpa.
Mientras les sirven sopa de castañas y pan tibio con mantequilla de l