Al día siguiente, los piratas fueron conducidos al gran patio del castillo, donde los esperaba el general Estefan, hermano mayor de Roderick, rodeado de oficiales y escribanos. El sol pegaba fuerte sobre las cabezas de todos, pero los ánimos estaban más tensos que el aire cálido que vibraba sobre las piedras.
Louis y Felipe, impecables con sus uniformes de gala y el escudo del reino bordado en oro, se adelantaron al estrado donde Estefan examinaba los documentos de los prisioneros.
Las gemelas, con las muñecas esposadas y los cabellos trenzados de forma descuidada, miraban alrededor sin entender aún la magnitud del asunto.
—¿Será que nos acusarán de ladronas? —pensó Lyra, mordiéndose el labio.
—Herma..quiero decir General—dijo Louis, con una reverencia formal—. Estos prisioneros... creemos que podrían ser valiosos si se reforman.
—Especialmente las señoritas —agregó Felipe, mirando a Lyra con una sonrisa más nerviosa que encantadora.
Alex Hopper, con los brazos cruzados y u