La boda de Wismeiry y Estefan fue todo lo contrario a la pomposidad que caracterizó la unión de Azalea y Roderick. Se celebró en los jardines interiores del ala norte del castillo, con flores silvestres, un laúd tocando suavemente y unos pocos amigos cercanos. Tal como Wismeiry había pedido.
—No quiero fuegos artificiales —había dicho—. Ni coros de niños, ni fuentes de chocolate. Quiero paz... y no morir desangrada en mi noche de bodas.
Azalea, quien era su dama de honor, casi se atraganta de la risa con la copa de vino.
—¿Y si te enamoras tanto que no puedes parar?
—¿Enamorarme? Ya me enamoré. ¡Ese no es el problema! El problema es que lo he visto salir del lago sin camisa y la ropa mojada pegada al cuerpo sin estar excitado. ¡Eso no es una espada, es una lanza de guerra!
Estefan, que había alcanzado a escuchar desde la entrada, se aclaró la garganta.
—Sigo aquí, por si les interesa—Estefan se acerca con dos copas en la mano. Le da una a su esposa.
—¡Perfecto! Así confirmas lo