Wismeiry se miraba al espejo por décima vez esa mañana, sujetándose el vientre con una mezcla de asombro y emoción.
—¿Y si también son dos? —murmuró para sí misma.
La noticia aún la tenía en las nubes. No había duda, el cansancio, las náuseas matutinas y ese sexto sentido que tenía le gritaban lo evidente: estaba embarazada. Con una sonrisa iluminando su rostro, tomó su capa y se dirigió al castillo a ver a Azalea.
Azalea estaba recostada entre cojines mullidos, con su panza ya evidente marcando su elegante vestido de lino. Al ver entrar a Wismeiry, se incorporó.
—¡Al fin! Pensé que te habías olvidado de mí. —Azalea abrió los brazos—. Ven aquí, futura mamá.
—¿Cómo supiste? —preguntó Wismeiry, abriendo los ojos como platos.
—Tienes esa cara de "voy a vomitar y llorar si no me das un panecillo de canela".
Ambas rieron y se abrazaron, más unidas que nunca. Esa tarde decidieron ir juntas al pueblo a casa de Natalie, la costurera de confianza de Azalea, para encargar las prime