Abeja en problemas.
Cuando terminan los bocadillos y las charlas sobre trivialidades —cosas como el clima, las últimas fiestas reales y los rumores sobre nuevas alianzas políticas—, Azalea se levanta, arregla suavemente la falda de su vestido azul medianoche y les sonríe a Louis y a Estefan.
—Ha sido un placer, de verdad —dice con esa dulzura que a ambos les hace doler el pecho—. Pero debo ocuparme de algunos asuntos antes de la cena.
Louis se pone de pie enseguida, como impulsado por un resorte.
—Nos veremos pronto, ¿verdad? —pregunta, con una leve inclinación de cabeza y una mirada esperanzada.
—Muy pronto —promete Azalea, bajando la voz.
Estefan también asiente, un tanto más reservado, pero con los ojos brillantes.
—Nosotros también nos vamos—añade Esteban a las hermanas de Azalea que s e quedaron mirándolos.
—Regresen pronto—les dice una de ellas.
Ambos salieron de la mansión.
Cuando Azalea se aleja por el pasillo, siente a sus hermanas clavándole cuchillos invisibles con la mirada. Ignora s