—¿Cómo está ella? —le preguntó de pronto Marco a su mejor amigo, Heldran, mientras volvían de regreso del bosque dónde hicieron cacería junto a otros lobos.
Particularmente ese día Heldran estuvo callado, y la mayoría del tiempo lo sorprendía haciendo muecas de enojo, sumido en sus propios pensamientos.
—No lo sé. —contestó, sintiéndose obligado por las miradas punzante de la manada en su espalda tras escuchar la pregunta de Marco —. Posiblemente ya tenga un mejor tratamiento.
Marco se mantuvo en silencio. Su mente por arte de magia lo trasladó a unos años antes, dónde Heldran varias veces había golpeado a unos lobos de la manada, de su edad, cuando escuchaba los apodos que le tenían a su hermana. En muchas de esas ocasiones les partía la nariz, le rompía algún hueso o, en el mejor de los casos, los dejaba inconsciente.
Pero no importa cuánto les hacía daño el heredero de la manada, aquellos lobos siempre buscaban una excusa para explicar sus moretones ante los mentores o lobos ma