La AMBROSÍA del alfa
La AMBROSÍA del alfa
Por: Franyelis Pulido
0| Presentación

—Ya sabes lo que repasamos antes de salir, ¿no? —le había preguntado la mujer que se hacía llamarse "madre" a una criatura que la tomaba de la mano.

Anastasia torció un gusto en su lindo rostro; su mente prematura y libre de cualquier maldad, estaba saturada de información que tuvo que procesar mientras veía a su madre empacando las cosas (lo poco que tenían), esa misma madrugada, ya que según, —Ana no lo creía todavía —habían conseguido un nuevo hogar.

Asintió apenas, en respuesta, manteniéndose perturbada: lo primero que tardó en procesar es que tenía que involucrarse con otros lobos, «otros lobos» repitió ella, en su mente, «¿desde cuando yo soy un lobo? ¿y por qué tengo que ser parte de ellos?» la respuesta quedó en blanco, ella misma no podía responderse y, ojeando el rostro de su madre, prefirió no preguntarle nada de lo que maquinaba su mente mientras caminaban a su nuevo hogar.

Anastasia hasta ahora, (si no fuese por los recordatorios de su madre) no sabía que era una loba, o no se sentía parte de ellos, simplemente. Hasta podría creer que era una humana, o un «alguien» en el mundo. Porque, Ana creció en un ambiente tan solitario que no tuvo a alguien alado para compararse y ver qué tan diferente era ella ante los demás.

...y eso, eso cambió de inmediato cuando las puertas del palacio se abrieron ante ellas; la niña abrió sus ojos azules, sorprendida, viendo que tan diferente podría ser alado de cualquier lobo.

—Todo irá bien —aseguró de repente, en un susurro tranquilizador, la madre a su hija perdida —. Solo tienes que hablar menos y hacer caso a lo que te digan.

«Lo mismo de siempre» su voz interior sonó decepcionada, resignandose a que no habrá un cambio positivo en su vida.

Pese a que el exterior del castillo estaba helado —era la cuarta luna de aurora; quiere decir que comenzaba un clima helado acompañado de nieve, haciendo que todo el cuerpo de la niña temblara —, Anastasia, una vez estando dentro junto a su madre, pareció sumergirse en un nuevo ambiente; tenso, incómodo... aterradoramente gélido, y no por el clima, sino por la mirada de docenas de lobos. Todos la miraban precisamente a ella, con un detenimiento inquietante.

Su labio inferior empezó a temblar, —aunque su cuerpo entero ya lo hacía —y, en una búsqueda desesperada de un lugar seguro, quiso arrimarse más hacia el costado de su madre. No obstante, lo que obtuvo a cambio de calidad materna, fué un empujón. Su madre había corrido derecho, hacia los brazos de su amado mate, lo cuál la esperaba en el medio del salón. Dejándola atrás.

Anastasia jadeó internamente, sintiéndose perdida y desubicada.

—¡Démosle la bienvenida a unas nuevas almas para nuestra familia! —gritó en un tono eufórico el alfa, manteniendo sus manos alrededor de su luna. —. Te he hemos esperado tanto, mi amada.

Aunque la última confesión fué en voz más baja, pudo ser escuchada por los que estaban cerca. Y estos, presos de ternura, compartiendo la felicidad de su líder; empezaron a aplaudir y hacer ruidos festivos, haciendo que los que estaban más alejados —cercanos a Anastasia —, también hicieran lo mismo.

Poco a poco se reunieron alrededor de la feliz pareja, dando las primeras felicitaciones a la pareja cúspide de la manada. Ana observó la felicidad de su madre: aunque su madre no conocía a los lobos que se acercaron a ella para felicitarla, aún así les sonreía con entusiasmo, manteniéndose eternecida. Parecía que su mundo ya estaba completo, nada sobraba ni faltaba, Ana en ese momento tuvo unos profundos deseos de alejarse de ella. Haría lo que fuera para mantener esa sonrisa en su rostro, porque era la primera vez que la veía. Anastasia jamás hizo sonreír así a su madre. Nunca.

Sin embargo, aunque sus deseos intrusivos la tentaban, hizo todo lo contrario: se obligó a acercarse a ellos, empezando a dar un par de pasos tímidos, pero decisivos. «Relacionarme» recordó ella, su promesa «Debo relacionarme».

Tuvo una corazonada de que no era la única que se mantuvo alejada de la zona festiva, pudo sentir —literalmente —, algo sobre ella. Un escalofrío, producto de su instinto, la recorrió entera. Pudo sentir, por un breve instante, como algo se clavó en su perfil: alguien la estaba observando. Atentamente, como detallando hasta lo más mínimo de ella. Anastasia, presa de curiosidad y horror —esto no le dió una buena impresión —, se volteó hacia el lugar donde creyó que provenía la mirada. Pero en las columnas que camuflaban los pasillos del palacio, no había nada más que oscuridad y floreros reales.

Ana se lamió los labios sintiéndolo secos de repente y volvió a acercarse a su madre. Una vez llegando a ella. La primera en notarla fué el líder.

Le ofreció la mano, alejándose un poco de su luna y poniendo su cuerpo a la altura de la niña, casi arrodillado.

—¿Cuál es tu nombre, princesita? —se interesó.

La niña rubia, de cinco años cumplidos hace dos semanas, aceptó su mano. Sin devolverle la sonrisa que le regaló su nuevo padrastro, respondió:

—Anastasia.

Su nombre resonó por las paredes del palacio, haciéndo eco en la mente de los que lograron escucharla a duras penas —Ana no solía alzar la voz ni en momentos de histeria —, jadearon de sorpresa, casi a mismo tiempo.

—¿Anastasia de “La década de Anastasia”? —soltó primero un lobo, varón, un par de años mayor que ella, pero con una voz igual de infantil —. ¿A quién se le ocurriría ponerle así a su propia hija?

Lo último fué dirigido a Selene, su madre, que se mantenía en el mismo sitio dónde la dejó su prometido. En ningún momento tuvo intenciones de acercarse a Ana. Ella al percibir aquello, desvío la mirada, encontrándose de frente al lobo-niño que le hizo el comentario.

—No seas imprudente —una niña hermosa surgió de la multitud y se paró alado de él. Dejando en descubierto el parecido increíble que había entre ellos —. Mi hermano es un tonto. Por cierto, bienvenida.

—¡Bienvenida linda! —sonó de nuevo la voz masculina y ronca de su padrastro, ganado su atención —. Espero que a partir de ahora seamos de tu agrado para formar parte de tu nueva familia.

Ana sonrió dulcemente hacia él apenas escuchar lo que dijo, fué como un soplo fresco a sus mejillas entumecidas de frio y vergüenza.

Cuando se volteó hacia la multitud se sorprendió —«¿En qué momento subí los escalones reales?» pensó apenada —, encontrando con una docena de lobos alrededor de ella, mirándola. Anastasia por sí misma no daba tan buena impresión: no se preocupó en ponerse su mejor vestido, sus mejillas estaba incomodamente sonrojadas, y muchos copos de nieve se deslizaban por sus largos cabellos, dejando rastros de húmedad. Y claro, pudo notar que era la única rubia —o bien podría pasarse como albina —en la manada. Dejando a todos con un mal sabor de boca.

...ella era tan diferente.

Caóticamente diferente.

Entre la multitud se encontró con un par de ojos negros, eran los mismos que la habían taladrado hace unos minutos: Eran fieros, rebeldes, con un brillo cínico; puro y natural. El niño, que parecía uno o dos años mayor que ella, la miraba con una desaprobación absoluta.

Una chispa se manifestó dentro de su pecho, dejando consigo una punzada en una cien. En ese mismo instante, nació un deseo agonizante de observar más de cerca a aquél niño.

—Hijo mío, acércate —pidió el lider, tendiendo la mano hacia la multitud.

Vió como el mismo niño, bajo su atenta mirada, caminó hacia ellos, subiendo los primeros escalones con una elegancia nata. Dejando en evidencia que incluso en su caminar, podría ser digno de ser un alfa o un supremo líder en donde sea que vaya.

—El es Haldren —su padre puso una mano sobre el hombro de su heredero en un gesto orgulloso, como si decir que es su padre fuese un deleite exquisito. Y con razón —. Espero que a partir de ahora sean unos hermanos ejemplares para los demás jóvenes de la manada.

Ambos arrugaron el seño al mismo tiempo y volvieron a intercambiar miradas.

Haldren la miró con desdén.

Anastasia quedó... profundamente... decepcionada.

Aquél chico que aceleró su corazón, a la que su loba interna aclamó apenas vió era.... ¿solo su nuevo hermano?

«Es mi hermano».

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