3| No son nadie

En la familia Out'Nel estaba prohibido hablar de adopciones.

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 ‎Nadie había impuesto directamente esta regla antes, pero era considerado, desde la perspectiva de cada miembro; como algo innecesario para decirlo en voz alta.

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 ‎Se creía tabú hablar de eso y, aunque anteriormente la regla —no impuesta —era estricta, se volvió al doble desde la llegada de Anastasia a la familia.

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 ‎Sinner Out'Nel no tenía ninguna clase de afinación directa o lo suficientemente fuerte con Anastasia como para querer proteger su ilegítima existencia en la familia.

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 ‎Pero aún así, la regla se volvió más exigente, más tétrica cuando, a los dos años de recibir a su segunda luna en matrimonio, caminó silenciosamente por los pasillos del palacio, con el afán de encontrar a su niño.

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 ‎El hombre pensó en las distintas posibilidades de despertarlo: Heldran era un chico con el sueño muy ligero y muy a menudo, ni siquiera podía dormir. Pero cuando lograba conseguirlo, detestaba que lo despertaran. Y era lo que su padre planeaba hacer.

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 ‎Encontró la puerta de su habitación entreabierta, sin ninguna luz encendida, pero la habitación era ligeramente iluminada por la claridad nocturna de aquella noche fría, que se colaba tímidamente por la ventana abierta; al entrar, si consiguió a su niño con los ojos cerrados, sereno y tranquilo.

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 ‎... Pero aunque tenía los ojos cerrados, no estaba dormido: se encontraba en medio de unos brazos femeninos, con algunos mechones rubios cubriéndole el rostro, y... con sus labios encima de los de su nueva hermana.

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 ‎A partir de ese día, para Sinner, la regla de hablar de adopciones estaba estrictamente impuesta.

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A decir verdad, Anastasia siempre estuvo acostumbrada a los murmullos ofensivos. No era nuevo oír malos comentarios hacia ella misma, porque antes, algunos meses antes de pisar el palacio Out'Nel, su vida se resumía a eso.

Para los demás lobos le era irritante verla tan cómodamente en una casta alta, tan campante, tan cómoda..., ¿Quien diablos era Selene, y la mosca muerta que tiene por hija, para tener una vida de lujos sin ni siquiera esforzarse?

Siempre le recalcaban con que no era bienvenida en ninguna parte, por mucho que su nuevo apellido pese en la sociedad, ¿Quién era Anastasia como para tenerle respeto?

¿Y quién tenía derecho en poder menospreciarla? ¿Quién eran ellos, lobos farsantes, en siempre ofenderla? la respuesta era válida: «No son nadie» pensaba ella de vuelta, con cinismo y desdén «Son solo lobos atrapados en la fachada de poder sobresalir y llamar la atención» y aunque en más de una ocasión quiso gritarlo, no pudo... Y solo se quedó en la misma posición: simples pensamientos. Porque ella jamás decía algo para defenderse, lo suyo era retirarse, huir, esconderse, limitarse en ver todo desde las sombras... Y aunque eso sonaba aterrador, y bien podía entrar en una depresión seria, en esos tiempos ni siquiera tenía tiempo de sentirse triste.

Porque Heldran siempre estuvo ahí para disipar cualquier pensamiento negativo.

Incluso ella misma se sorprendió lo mucho que el lobo se apegó a ella de una forma... Obsesionada, tomando en cuenta la mirada de desprecio que le obsequió apenas verla por primera vez —¡Jamás olvidaría esa mirada horrible! —, y sin embargo, aunque sonará extraño que ese niño antipático, carente de amabilidad, se esforzara tanto por protegerla, le pareció agradable.

Incluso Heldran, en algún punto de su vida, en un antes, no se empeñaba en cuidarla tanto, se convencía a sí mismo que no le importaba la presencia de Ana en su casa, o en su vida en general... pero todo eso cambió una noche, —la noche más escalofriante que pudo experimentar —, cuando volvía de una cacería nocturna, a sus diez años.

Su hermanastra como de costumbre faltaba a cualquiera evento de violencia, ella decía que odiaba la sangre y no le gustaba verla derramada; porque siempre la acechaba el pensamiento de que ese líquido le ofrecía vida a un ser vivo y, aunque era cierto su poca tolerancia a la matanza, él sabía que había otra razón: y es que ella no tenía ningún tipo de vínculo con la manada, y prefería mantenerse al margen. Heldran abogaba por su derecho de que se podía saltar esa obligación. “Estorbaría —decía él en respuesta a los lobos (o lobas, más que todo), que siempre se quejaban de que nunca asistía a ningún trabajo brusco —. Y no tenemos tiempo para cuidar débiles”

Esa misma noche, eran pasada de las doce, venía de regreso con su padre al lado, y sus primos detrás, pisándole los talones —Esa noche los gemelos (Less y Bren), pasarían la noche en casa de su tío Sinner y su primo —, cuando vieron una figura parada en el alféizar de la ventana del segundo piso, abierta de par en par, con un cuerpo delgado jugueteando en el borde, amenazando con caer —¿Jugueteando? ¡Aquella persona estaba dormida!—..., y todos reconocieron ese cabello platinado, danzando por los aires, y sus ojos cerrados, que no miraban el vacío en el que su cuerpo se sometió al caer.

El primer pensamiento que tuvo Heldran fué verla sin vida en el suelo —Ese maldito pensamiento que odió apenas lo acechó —, y aunque posiblemente hubiese sido inútil, salió corriendo con toda la velocidad que su lobo interior le pudo obsequiar, y de milagro, un bendito milagro, su cuerpo pudo aterrizar en sus brazos.

Ana se mantenía impune, seguía dormida, con su respiración tranquila y modulada... Imperturbable ante el segundo que pudo morir. Aquél día descubrieron —incluso Selene se mantuvo ajena ante esa posibilidad —, que Anastasia era sonámbula.

Aquella mañana que Anastasia despertó, lo primero que le robó el aliento a la primera hora de la mañana, fueron los brazos de Heldran a su alrededor, transmitiendole con esa cueva de abrazos un sentimiento protector que la mantuvo sin aliento por largos minutos.

Y lo que ella percibió como una auténtica rareza, que juró que jamás volvería a pasar, desde ese día se volvió rutina entre ellos: Heldran empezó a pasarse más por su habitación, manteniéndose atento a cualquier petición, y su cercanía tan extraña que, más de una oportunidad, al despertar, lo conseguía dormido al pie de su cama, o acostado sobre la alfombra, usando uno de sus peluches de felpa como almohada.

Con esa comodidad repentina, fué el inicio de una montaña rusa de acontecimientos, dejándola con graves estragos como consecuencia.

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