El murmullo constante del restaurante llenaba el aire, mezclado con el tintinear de copas y los pasos apresurados de los meseros. Gabriele cruzó la puerta con paso firme, el ceño fruncido, las manos en los bolsillos del abrigo largo, y los ojos encendidos por una furia que no se molestaba en disimular. Cuando el leyó aquella nota, su rabia aumentó mucho más, convirtiéndolo en un animal furioso, con ganas de sangre. Una hoja doblada, sin firma, sin olor, sin rastros. "Si quieres volver a ver a Bonnie vendrás al restaurante La Storia. Mesa 23. Solo." Dudo en ir, pero Bonnie estaba en juego. Su Bonnie. Su alma. La mujer que lo volvía loco, que había visto en el, no a un monstruo, si no a alguien digno de amor. Ella con su inocencia lo había hecho olvidar aunque sea por periodos cortos de tiempo, que la vida podía ser brillante y no la oscuridad en la que el se había criado.. Y alguien la había arrebatado de su lado, y ahora la usaba para chantajearlo. No lo pensó dos veces. Se juró a
La habitación era blanca. Fria. Sin ventanas. Solo un colchón en el suelo, una cámara que parpadeaba en la esquina y una soledad que parecía masticarle el alma. Bonnie llevaba días allí. O semanas. Tal vez más. Había perdido la noción del tiempo entre el silencio, el hambre y el miedo. Pensaba en Gabriele. En su cuerpo cálido, su respiración grave al dormir, sus manos recorriéndole la piel como si pudiera protegerla de todo. Pero ahora, todo era frío. Todo era distante. La puerta se abrió con un clic sordo. Bonnie se incorporó de inmediato. El corazón se le paralizó un segundo. Sus ojos se llenaron de terror. Era ella. Abigail. Entró con paso firme, vestida de negro. Se detuvo frente a ella y la observó en silencio, con esa mezcla de lástima y superioridad que provocaba escalofríos. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Bonnie con voz quebrada—. Por favor… déjame ir. Abigail ladeó la cabeza, parecía pensativa, como si decidiera que hacer con e ella. —Eso no depende de mí. Depende de
Estaba anocheciendo cuando escuché la puerta principal abrirse de golpe.No me dio tiempo de reaccionar. Gabriele cruzó el umbral como una fiera, los ojos rojos de rabia, el cuerpo temblando de furia. Apenas lo vi, entendí que algo estaba mal, pero no pensé que su primer movimiento sería levantarme del sofá de un solo tirón y estrellarme contra la pared.—¡¿Dónde está?! —gruñó, con los dientes apretados y la mirada inyectada en odio— ¡¿Dónde la tienen?! Se que estás confabulando con esa hija de puta.—¡¿De qué carajo hablas, imbécil?! —le escupí, tratando de librarme de su agarre.Pero me volvió a empujar, esta vez contra la mesa. Todo se vino abajo. Botellas, papeles, mi paciencia.—A Bonnie. ¡Tu y esa perra se la llevaron! —bramó, jadeando— Me citaron. Fui listo para matar al hijo de puta que la secuestró. Pero no era cualquier bastardo... Era ella. Esa perra de Abigail. Ni siquiera el infierno la quiere.—¿Que te dijo?— le pregunté.—quiere destruir al consejo, ¡ella quiere destrui
Apenas Giorgio se fue, el silencio volvió a caer en el salón. El eco de sus palabras, de su boca sobre la mía, seguía retumbando en mi mente, haciéndome dudar de lo que estaba haciendo. Me toqué los labios con furia, maldiciéndome por cada fibra de mi cuerpo que aún lo deseaba. —Maldito seas, Giorgio —susurré entre dientes—. No tienes derecho… No tenías derecho a remover lo que había enterrado. No tenías derecho a despertar lo que tanto me había costado silenciar. Yo no era esa mujer. No más. —¿Estás bien?— me preguntó Pietro. Yo lo mire y le di una sonrisa. —muy bien, ahora largo— le dije. El asintio y salió de casa, yo fui escaleras arriba, haata llegar a mi habitación. Entre y me quedé allí, por un momento pensando en lo que había pasado, mi estúpido corazón no dejaba de palpitar. Caminé hacia el enorme ventanal, tratando de calmar mi respiración. El reflejo del cristal me devolvió una imagen que odiaba: mis mejillas encendidas, mi pecho agitado, mi mirada nublada. Ese bes
Gabriele caminaba de un lado a otro en su despacho, incapaz de encontrar un maldito respiro. El peso de sus decisiones lo aplastaba. Había traicionado al Consejo. Había escupido sobre todo aquello que alguna vez juró proteger. Todo por ella. Por su luna. Por la mujer que era la única razón por la que todavía respiraba. Y ahora... ahora estaba solo con su rabia, su culpa y el sabor amargo del fracaso. El timbre del teléfono retumbó en la casa vacía. Gabriele apretó la mandíbula y respondió de mala gana. —¿Qué? —gruñó. La voz nerviosa de uno de sus hombres atravesó la línea. —Señor... la subasta... fue un desastre. Se llevaron a todos. Humanos, ceros, varios alfas también. No sabemos cómo ocurrió, fue rápido, fue— Gabriele cerró los ojos, sintiendo que la ira le subía como una marea furiosa. Lo sabía. Lo sabía en el fondo de sus huesos que esto pasaría. —Yo me encargaré —dijo en voz baja, amenazante. Colgó antes de escuchar más excusas. Se apoyó en el borde del escritorio,
Gabriele apretaba el teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Su respiración era densa, cargada de odio, de rabia... y de culpa. Había anotado tres direcciones. Tres lugares donde se harían las próximas subastas. Lugares que él mismo había ayudado a proteger. Ahora, estaba a punto de destruirlos. —Toma nota —murmuró con voz baja. Del otro lado, el silencio fue su única respuesta al principio. Después, la voz de Abigail, suave pero firme, se filtró como veneno dulce. —Dime. Gabriele cerró los ojos. La traición se le anudó en la garganta. Dio las direcciones una por una, como si cada palabra le arrancara parte del alma. Cuando terminó, el silencio volvió. — gracias Gabriele esto significa mucho para mi—La voz de Abigail sonaba burlona. —No lo hago por ti —gruñó él—. Lo hago por ella. Así que más te vale que este bien. Abigail no respondió. Colgó. Él se dejó caer en la silla, sintiendo que cada fibra de su ser se desmoronaba. --- Horas más tarde, los ru
Hace un par de semanas, tuve un pequeño mareo, así que decidí hacerme un chequeo general. Estaba segura de que era un embarazo y fui ilusionada a mi médico de cabecera. Sin embargo, nada me preparó para la noticia que llegó. No estaba embarazada, pero habían encontrado una masa extraña en mis ovarios. Mi doctor intentó tranquilizarme, pero yo ya sabía lo que eso significaba. A pesar de todo, conservaba una pequeña esperanza... esperanza que se desvaneció por completo el día de hoy.Era estéril. Esa masa jamás me dejaría ser madre. Sentía que mi vida estaba arruinada. Siempre había soñado con ser madre, con formar una familia junto a Pietro. Ahora, ese sueño se había desmoronado en mil pedazos.Me tragué un sollozo. Desde hace un par de años, Pietro y yo empezamos a tener problemas. Él me reclamaba el no poder darle una familia, y eso me destrozaba el alma, así que insistía en que tal vez Dios no quería darnos hijos por el momento. Pero descubrí que si era yo la del problema.Subí al c
Tomé algunas cosas de mi armario y salí de casa. Algunos de los empleados me miraron, pero no dijeron absolutamente nada. Ahora solo tenía que buscar un hotel mientras encontraba un lugar tranquilo donde replantear mi vida. Llegué al hotel en tiempo récord, casi como si el dolor me empujara hacia adelante. Pedí una habitación sin mirar al recepcionista. Cuando me entregaron la llave, fui directamente al ascensor. Lo único que deseaba era tumbarme en la cama y enfrentar el vacío que me esperaba. Mientras subía, mis pensamientos eran un torbellino. Tenía que llamar al abogado, discutir los detalles del divorcio. Apenas entré a la habitación, fui directa a la cama. Me acosté en ella y me hice un ovillo. Me sentía tan cansada. Traté de calmarme hasta que el sueño me venció. Mañana pensaría en cómo llevar mi vida de ahora en adelante, pero, por ahora, solo quería descansar. El sonido del celular me despertó de golpe. Me incorporé en la cama, desorientada, y busqué a tientas dentro de m