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la velada siguió igual de tensa, todos me miraban por el rabillo del ojo. pero la única mirada que realmente pesaba era la de él, de Giorgio. me hacía sentir tan incomoda.

—viene hacia aqui— me dijo Kael.

Yo no sabía a lo que se refería y entonces lo entendí, era Giorgio caminando hasta nosotros.

—Ven conmigo, por favor.

Giorgio me lo susurró cerca del oído, como si el peso de lo que estaba a punto de decir no pudiera ser compartido con el mundo. Había esperado toda la noche para hablarme.

—dejame en paz — le dije. pero él no se apartó.

—dame cinco minutos por favor — me pidio.

Yo miré a Kael y el asintio con la cabeza, así que me levanté y acompañe a Giorgio al jardín.

—¿Qué quieres? —le espeté sin rodeos, sintiendo todavía el ardor de su mirada cuando desfilé con Kael entre los lobos del salón.

—Quiero salvarte, maldita sea —dijo, y su voz quebrada me tomó por sorpresa.

—¿Salvarme? ¿Después de abandonarme?

Giorgio se acercó más. En sus ojos había culpa. Rabia. Dolor. Y deseo.

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