El motor se apagó. El silencio que siguió fue brutal.nGiorgio bajó primero. Yo tardé un segundo más.
El refugio parecía un templo olvidado entre sombras y árboles. La tensión se cortaba en el aire apenas pusimos un pie dentro. Las miradas se clavaron en Giorgio como cuchillos. Él lo sabía. para todos en ese lugar el era el enemigo.
—creo que no soy bienvenido aqui— me dijo en voz baja y en tono de burla como para bajar un poco la tensión.
—no hagas que te maten— le dije. Giorgio asintió con la cabeza y miró de un lado a otro.
Raffaele apareció entre la multitud y camino hacia nosotros con lentitud. Alto, delgado, con el rostro cruzado por arrugas que no lo debilitaban, sino que lo convertían en algo más temible: experiencia viva.
—Raffaele… —murmuró Giorgio, y su voz no ocultó el asombro.
— Giorgio. que bueno verte aqui— le dijo él.
Giorgio se veía confundido y me miró, ¿pero que le podía decir yo?
—¿desde cuándo estás con ellos?— le pregunto.
—desde siempre, es injusto todo lo que