Después de comer algo y discutir sobre el trabajo, salimos del restaurante. Mientras íbamos hacia la salida, sentía las miradas clavadas en mi espalda. Cada paso parecía más pesado bajo el escrutinio de los presentes, y todo era culpa del hombre enorme caminando a mi lado. Quería ahorcarlo ahí mismo.
—¿Quiere que la acerque a su coche? —preguntó, con una burla descarada en su voz.
Volteé a verlo, y sí, ahí estaba esa maldita sonrisa que lograba ser tan irritante como encantadora.
—No, gracias —respondí con la voz tensa, casi triturando las palabras.
Me separé de él con rapidez y empecé a caminar hacia donde había dejado mi coche, un lugar lejano del restaurante, y todo por su maldita culpa. ¿Cómo podía alguien ser tan sexy y tan insufrible al mismo tiempo?
Mi celular comenzó a sonar. Lo saqué apresurada del bolso y contesté al ver que era Jim.
—¿Cómo estás? —saludé de inmediato.
—Muy bien, ¿quieres almorzar conmigo? —preguntó con tono animado.
Cuando estaba a punto de responder, una s