Elia se despertó antes del alba, con la sensación de que algo había cambiado en el ritmo del bosque. No era temor ni ansiedad, sino un llamado subcutáneo. Como si su columna fuera raíz y alguien la hubiera tocado desde dentro de la tierra. Se vistió en silencio, recogiendo su cabello en una trenza sencilla y ajustando el manto de lino sobre sus hombros. Afuera, el cielo aún era una cáscara azul profundo, y la niebla cubría los caminos como un velo protector.
Riven la esperaba junto al borde del claro. No hablaron. Se miraron y eso bastó. Era el tipo de silencio que no aísla, sino que une. Donde cada paso compartido dice: "Estoy contigo", sin necesidad de labios. Emprendieron el camino hacia el norte, siguiendo un sendero antiguo que se había abierto por primera vez siglos atrás, cuando los primeros del linaje cruzaron el Velo. Ahora, ese sendero volvía a estar vivo. Bajo sus pies, la tierra era más blanda, como si los aguardara. Las ramas se apartaban con suavidad. Los insectos cantab