Killian
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales debería ser relajante. Algunos dicen que es terapéutico. Para mí, esta noche, es una jodida tortura. Como si el cielo también estuviera llorando lo que yo no me permito soltar.
Ariana se ha ido.
No en cuerpo —aún camina por esta casa como un fantasma que se niega a desaparecer—, pero su mirada... su silencio... son mil veces más crueles que una puerta cerrada de golpe.
Desde que encontró esa maldita carta, no ha vuelto a mirarme de verdad. No con esa intensidad que me hacía sentir desnudo y redimido al mismo tiempo. Ahora, sus ojos son cuchillas envainadas, listos para cortarme si me acerco demasiado.
Y lo peor es que no puedo culparla.
Oculté cosas.
Mentí.
Callé.
Pensando que así la protegía. Pensando que merecía un poco de paz. Pero lo que hice fue cavar una zanja entre nosotros. Una que cada día se ensancha más, como una herida abierta que no deja de sangrar.
—¿Vas a quedarte ahí como una estatua de mármol todo el jodido día?