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Los hombres continuaron con su discusión vía teléfono. Mientras Javier ignora a la chica, ella busca su atención para que le aclare lo que acaba de decir.

—¡Ja, ja, ja! Idiota, no creas que has ganado, aunque cantes victoria en este momento, no la tendrás tan fácil, te lo aseguro—. El señor Gallardo colgó la llamada y maldijo por todo lo alto a su rival después de decir esas palabras.

—¡Maldito, infeliz, te haré pedazos!— Exclamó en voz baja Javier Montalván.

—¿Por qué le dijiste que eres mi esposo?— Reclamó Valentina, parándose frente a él con las manos en la cintura.

—¿Te gusta ese hombre?

¿Estás en una relación de pareja con él?

Quiso saber. Él está desesperado y a la vez celoso y furioso.

—No. Pero fuiste muy grosero cuando él solo se preocupaba por mí y los niños.

—¿Eso significa que para ti es normal que ese idiota te trate de esa manera, es decir, con palabras feas cuando se refiere a tu persona?

—Solo…

—Si lo vas a defender, mejor olvida el tema. Los chicos ya han ido a sus respectivas habitaciones y tú todavía andas merodeando la mansión.

Habló un poco alterado.

—¿Con qué derecho te atreves a hablarme de esa manera? Yo no soy tu hermana ni tu mujer para que tomes control sobre mí y me exijas lo que debo o no hacer.

—Discúlpame. Estoy estresado, lamento no haber sido cortés en este momento. ¿Me perdonas?

Suplicó con una cara de niño que ruega por un juguete.

—Solo porque nos has devuelto a casa—. —Pero, que quede claro que, cuando mi esposo regrese, se dará cuenta de que no me has tratado bien.

—Por favor, no lo hagas.

Ambos sonrieron y pronto se olvidó el asunto de la discordia.

Javier llevó a la chica a la habitación principal. La dejó allí y salió; era obvio que la chica no le permitiría quedarse un segundo allí. Aunque, ella en el fondo de su corazón sentía la necesidad de descubrir la verdad, pero de inmediato le dijo a su mente que el hombre tan solo había dicho aquellas palabras para que el señor Gallardo no la tratara mal.

Ella se sentía extremadamente cómoda estando en esa habitación. Se tendió sobre la cama y se quedó dormida aún con su ropa del día.

Anteriormente, Javier le había hecho creer que su amigo, o sea, el esposo de ella, andaba de viaje, pero que muy pronto volvería y se reencontrarían.

Al día siguiente, la chica despertó y de inmediato sus ojos se toparon con aquel recuadro en la pared… una pareja estaba en su boda y… era ella al lado del mismo hombre que la trajo a la mansión.

Ella se llevó las manos al corazón. Dio un par de pasos atrás después de haberse levantado para asegurarse de que no estaba equivocada.

—¿Cómo es posible?— Se preguntó.

Continuó viendo los demás retratos y en casi la mayoría aparecía ella muy sonriente.

Salió de la habitación y fue de puerta en puerta buscando dónde se encontraba el hombre. Este lo había hecho a propósito y estaba casi listo esperando su reacción.

—¿Quién eres, en realidad?

Cuestionó ella al entrar en una pequeña oficina y encontrarlo sentado en el sillón. Con un cigarrillo entre los dedos y una botella de whisky casi vacía en la otra mano.

—Lo siento, no quería asustarte al decir de inmediato quién soy en realidad.

—Entonces, ¿esas fotografías son reales?

Preguntó con la voz temblorosa.

—Sí. Yo… tú y yo estamos casados.

Confirmó casi en un susurro cargado de alegría.

—¿Por qué no me buscaste?

Ella se llevó las manos al pecho tras sentir un dolor agudo.

—Te he buscado como no tienes idea. Parece que alguien se encargó de que mi búsqueda no tuviera buenos resultados.

—No sé qué decir. Yo… no te recuerdo. No sé si solo eres un usurpador que se hace pasar por mi marido para tenerme en su cama.

Ella desconfía de los hombres luego de que el señor Gallardo también le había hecho creer que eran una pareja. Solo que en el caso de Javier sí hay evidencias que comprueban los hechos.

—No es así, te lo juro. Me duele que no me reconozcas, tú y yo nos amábamos con el alma y… yo he sufrido tu ausencia cada día desde que desapareciste.

—¿Qué es eso?

Preguntó al ver una tarjeta sobre la mesa.

—Es nuestro certificado de matrimonio.

Él se lo entregó y ella lo verificó.

—Tú… eres… el hombre al que mi jefe más odia en esta vida—. Comentó con sorpresa al leer aquel famoso y privilegiado apellido. Montalván.

—Sí, yo soy.

Eres la señora Montalván… soy el padre de tus hijos. Nos casamos hace siete años y producto de ello ahora somos padres por partida triple.

Dijo con emoción y quiso abrazarla.

—Es inútil que me lo cuentes, no lo puedo recordar… mi mente no colabora.

Ella sollozó y se sentó en el otro extremo del sofá. Llevó las manos al rostro y lo cubrió.

—Princesa, no llores. Me recordarás muy pronto.

Prometo que haré todo lo posible para que así sea. Aunque cuando la amnesia acabe, tú no quieras tenerme a tu lado, yo siempre estaré para ti y nuestros hijos.

—¿Por qué no habré de quererte con nosotros? Al contrario, estaré muy feliz de saber que finalmente he encontrado mi hogar.

—Quédate aquí. Iré por algo a la habitación— pidió Javier Montalván. Ella le hizo caso y por mientras él regresaba quiso echar un vistazo a esa oficina. Justo entonces el teléfono de Javier recibió un mensaje de texto y Valentina alcanzó a leer lo que decía en la notificación.

Desesperada, tomó el teléfono y abrió la bandeja de entrada. El dolor agudo en el lado izquierdo de su pecho apareció nuevamente y en esta ocasión ella no lo pudo soportar. El teléfono se deslizó de sus manos e impactó en el duro suelo. Seguidamente, se desvaneció ella, ya que, por más que intentó llegar al sofá, no alcanzó a hacerlo. Su mente se puso completamente en blanco, antes de cerrar sus ojos todo se convirtió en una profunda oscuridad… su voz no salió… el dolor ya no se sintió más y… el frío suelo la había recibido con ansias de no dejarla partir.

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