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Javier sintió que su corazón volvía a la vida cuando miró a su pequeña loba de algodón. Pero a la vez se sintió muy triste al ver que quizá ella ya se había vuelto a casar y ahora era madre de tres adorables niños que a simple vista parecían ser muy inteligentes.

Desde su lugar no la perdió de vista. Sin embargo, a ella pareció no importarle su presencia o quizá lo disfrazaba muy bien su odio hacia él.

Antes de terminar la ceremonia, ella se levantó y formando una cadena, todos salieron del salón. A todo eso, Javier ya había bajado del escenario y los perseguía con la mirada hasta que logró llegar hasta ellos.

—¡Valentina!— gritó. Tomándola repentinamente del brazo.

Ella se soltó bruscamente del agarre y continuó caminando con sus hijos. Estaba asustada, no entendía por qué ese desconocido la perseguía.

—Valentina, podemos hablar un minuto, por favor—. Pidió yendo detrás de ella.

—¿Mamá, conoces a este hombre?— Preguntó uno de los trillizos.

—No. Seguro es un acosador. —Respondió.

—¿Un acosador? ¿Acaso ella me considera un acosador?— Se preguntó en su mente Javier cuando escuchó las duras palabras de la chica.

Valentina no se detuvo hasta salir a la carretera y parar un taxi.

—Valentina, deja que yo los lleve a su lugar.

Insistió Javier. Dándole órdenes al taxista para que se marchara sin sus ocupantes.

—Señor, ¿qué le pasa? Si sigue molestando, llamaré a la policía.

—Prometo que no quiero hacerles daño, ni a ti, ni mucho menos a los niños, pero, por favor, hablemos.

—Yo no lo conozco, señor. Por favor, aléjese de nosotros.

—Mamá, el señor se ve que es buena persona. Acepta hablar con él, pero dile que nos debe llevar a una heladería y comprar mucho helado para nosotros. —se entrometió uno de los trillizos.

—¡Hijo!— Lo reprendió su madre.

Javier Montalván sonrió con cariño.

—Mi madre te ha extrañado mucho. Si ella se entera de que te he encontrado, se pondrá muy feliz. —expresó Javier.

—¿De qué habla?— Preguntó confundida.

Javier frunció el ceño. Anteriormente, ella y su madre eran muy unidas y ahora dice que no la recuerda. 

—¿Qué pasa contigo?— Quiso saber.

—Lo siento… yo… hay muchas cosas de mi pasado que no logro recordar.

Otro golpe en el corazón casi lo envía al infierno. Al parecer, ella ha sufrido y él se siente culpable de cada cosa que le haya pasado.

—Comprendo. En ese caso, te invito a comer helados con los niños y te contaré un poco sobre ti. Pero tú también tendrás que contarme lo que te pasó, porque hace seis años tus recuerdos eran buenos.

—Hablas como si me conocieras.

Javier no le quiso comentar que anteriormente habían sido esposos. Primero investigará qué fue lo que a ella le provocó la pérdida de memoria.

Uno de los trillizos quería ir al baño. Su madre lo acompañó, pero tampoco se confió en dejar a sus otros dos hijos al lado de un desconocido.

Minutos más tarde…

—Estoy en una videollamada con alguien y te quiere saludar.

Comentó cuando ella regresó.

Ella lo miró confundida, temía no reconocer a la persona al otro lado de la línea. Por alguna extraña razón, se sentía en total confianza con ese hombre al que acababa de conocer.

Tomó el teléfono. La voz de aquella anciana la tomó por sorpresa. Lágrimas salían de sus ojos y estaba feliz de verla, pero Valentina no la recordaba.

—Mamá. Ella tuvo un problema y no te recuerda por el momento, ni siquiera a mí me recuerda.

Le aclaró su hijo, obviando la existencia de los tres niños hasta que descubra si en realidad son suyos o de otro hombre.

—Siento una extraña sensación… como si ya haya visto anteriormente a tu madre, pero no lo puedo recordar, lo siento—. Se disculpó claramente afectada.

—No te preocupes. Poco a poco irás recordando. ¿Has visitado un psicólogo?

—No.

—Te llevaré con un amigo. Claro, si tú me permites ayudarte.

—Mmm.

—Por cierto, no te he preguntado. ¿Estás casada?

—No.

—¿Y… el padre de los niños?— consultó sin poder soportarlo más.

—Hace seis años sufrí un accidente de tránsito. Estaba embarazada, no recuerdo si estaba casada o qué era de mi vida. Lo que sí sé es que di a luz a los trillizos y desde entonces he sido madre soltera. Quizá el padre de ellos ni siquiera nos buscó o tal vez no estaba enterado de mi embarazo— respondió con una tristeza que se reflejaba en sus ojos cálidos y en su rostro cabizbajo.

Javier pasó saliva por su garganta con dificultad. Esos niños que estaban frente a él, eran sus hijos. Estaba seguro de que así era, las fechas coinciden completamente con el divorcio y el accidente que ella menciona.

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