Se llegó la tarde y desde que Valentina ingresó en la habitación no ha vuelto a salir. Javier se sorprendió y a la misma vez le preocupaba que ella hubiera escapado por la ventana.
La puerta estaba bajo llave, por lo que tuvo que utilizar equipo especializado para abrir aquella puerta de aspecto sofisticado. La chica yacía recostada en la cama, envuelta de pie a cabeza con varias sábanas. Estaba temblando de frío, aunque la habitación tuviera encendida la calefacción.
—Valentina, levántate, ve a comer algo—. Le ordenó. Creyendo que era uno más de sus caprichos.
Ella no había comido nada en todo el día y, por alguna razón él estaba preocupado.
—Valentina…— repitió. Al ver que ella no respondía se acercó y tocó su frente.
—Pequeña oveja, estás ardiendo en fiebre—. Dijo en voz baja y muy preocupado porque no sabía qué hacer en un caso como ese.
—Estoy segura de que ella está fingiendo. Una fiebre es una simple calentura que ni siquiera hará doblarte en la cama—. Habló la sizañosa de Ma