La noche era fría y lluviosa. Valentina caminó por las calles acompañada de una sombrilla que a medias la protegía de las torrenciales gotas de agua que emanaban del cielo y se mezclaban con sus lágrimas cuando el viento levantaba su sombrilla. De pronto, hubo una avalancha de personas que corrían como locos desde el interior de una discoteca. La policía venía tras ellos por ser menores de edad, justo en ese momento Valentina tropezó y cayó al suelo. Un policía la tomó del brazo y la subió en la patrulla, confundiéndola con una de las presentes en la discoteca.
—No he hecho nada, déjenme ir, por favor—. Suplicaba, pero era en vano. Lo peor era que en ese momento ni siquiera sus documentos personales la acompañaban, tan solo el dinero que utilizaría para comprar las manzanas de la estúpida Mariela.
Esa noche la tendría que pasar en la estación de policía junto a una veintena más de mujeres. Su cuerpo temblaba por el frío arrasador pero a los uniformados no les importó sus gritos de cle