Las aguas que rodeaban los restos del Pilar del habían comenzado a apaciguarse, pero la calma era un velo frágil. Un silencio tenso lo envolvía todo, apenas interrumpido por el burbujeo tenue de la magia aún presente. Archer permanecía en suspensión, aún débil tras contener la grieta de magia negra. Su respiración era irregular, su pecho subía y bajaba con dificultad. La energía que había canalizado lo había dejado casi sin fuerzas.
Daya lo observaba desde la distancia. Su rostro mostraba una preocupación delicada, casi maternal. Pero tras sus ojos dorados se ocultaba una sombra antigua y letal. Atargatis palpitaba en sus venas, deseosa, insaciable.
—Descansa, Archer. Has sido valiente… — dijo ella, con voz suave, mientras nadaba hacia él con movimientos lentos y elegantes, como una danza predadora.
Archer intentó mantenerse alerta, pero su visión comenzaba a nublarse. —Daya… ¿qué… hiciste? Siento algo extraño… dentro de mí…
Ella sonrió, una sonrisa dulce y venenosa. —Lo que siempre e