—Archer — su voz, dulce pero firme, rompió el silencio de la noche submarina.
El tritón se volvió lentamente, sus ojos grises encontrando los verdes intensos de Ermys. Por un instante, una chispa desconocida brilló en ellos, como un faro débil en la oscuridad.
—¿Eres tú, Ermys? — su voz era un susurro ronco, cargado de confusión.
Ella extendió la mano, temblorosa pero segura. Sus dedos rozaron la mejilla de Archer, y sintió el frío que la sombra había dejado en su piel.
—Sí, soy yo — respondió, con lágrimas que se mezclaban con el agua — No te rindas, Archer. Recuerda quién eres, lo que somos.
Pero la sombra que envolvía a Archer no iba a ceder sin luchar. Un torbellino de oscuridad emergió de su interior, y la figura de Daya apareció, proyectada en la mente de Archer, como una prisión invisible.
—No escuches sus mentiras — susurró Daya, su voz venenosa y seductora — Eres mío, Archer. Solo yo puedo darte poder, solo yo puedo protegerte de la debilidad.
Archer cerró los ojos, como si lu