El agua vibraba con la tensión de la guerra. Las corrientes parecían temblar, agitadas por la furia de los combatientes que se enfrentaban en un mar teñido de oscuridad y magia negra. Los reinos submarinos, antes divididos, ahora se unían en una alianza sin precedentes: Marabí, Clifford, Marzul y Paradise, convocados por la urgencia del peligro que Daya —la verdadera Atargatis— representaba.
Ermys nadaba entre las filas, su corazón latiendo con fuerza, pero no solo por el ritmo frenético de la batalla. Dentro de su pecho ardía una verdad recién descubierta: Archer no la había traicionado. No había beso, ni abandono, solo la cruel mentira de un hechizo tramado por Daya para destruir lo que ellos tenían.
El agua fría le acarició la piel mientras sus ojos buscaban entre la multitud, anhelando encontrar a Archer, pero era Alan Connor quien apareció a su lado primero. El príncipe de Paradise se movía con la gracia de un guerrero entrenado y una lealtad que Ermys percibía más allá del deber.