El mar, una vez azul y sereno, se había tornado gris y denso. Las corrientes eran lentas, cargadas de un silencio ominoso, como si el océano contuviera la respiración ante lo inevitable. Marabí ya no era un refugio, era una sombra de lo que fue. Y la causa de todo era clara: Archer ya no era el mismo.
—Ya no queda tiempo — murmuró Dante, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, observando desde el borde de una grieta submarina que solía ser un templo sagrado.
A su lado, Ermys flotaba, su expresión endurecida. La tristeza seguía allí, tras sus ojos verdes, pero ahora se mezclaba con determinación.
—Tenemos que hacer algo. No podemos seguir huyendo —dijo ella, su voz más fuerte que en días.
Dante la miró con pesar. —¿Estás segura? Él… él aún podría estar dentro de esa sombra.
Ermys cerró los ojos por un instante. En su mente, la escena se repetía como un eco cruel: Archer, con su mirada apagada, sumido en la oscuridad, sin reconocerla. Luego, la imagen manipulada… ella con otro hombre