El mundo oscuro que había creado Atargatis empezó a rodear nuevamente a Archer en forma de un reflejo fragmentado de sus propios recuerdos y emociones, una prisión etérea tejida por la oscura voluntad de Atargatis.
Un mar negro, infinito, donde sombras danzaban como olas amenazantes, y en el horizonte, fragmentos de su pasado se alzaban como ruinas de un castillo derrumbado.
Archer giró la cabeza lentamente y vio a Ermys, envuelta en un resplandor azul que parecía romper la oscuridad misma. Sus ojos, llenos de amor y determinación, lo atravesaron como una flecha de luz.
—Ermys… — la llamó, con voz entrecortada — ¿Cómo me encontraste?
—No te dejaré solo, no ahora ni nunca — respondió ella.
El viento ilusorio trajo ecos de su historia juntos: risas compartidas bajo el sol del océano, promesas susurradas en la penumbra, caricias que desafiaban el destino.
—Mira — dijo Ermys, tomando su mano con suavidad — No dejes que esa oscuridad te consuma. Dentro de ti hay más que rabia, más que dolor