El caos reinaba en las profundidades del océano.
Fragmentos de columnas de coral flotaban como esquirlas suspendidas en la corriente. Criaturas marinas huían despavoridas, y la grieta de magia negra palpitaba como un corazón desbocado, arrojando impulsos oscuros que desgarraban la paz del reino submarino. Archer, con el cuerpo cubierto de heridas abiertas, flotaba ante la grieta, su espada firme en sus manos.
Sus ojos estaban velados por un resplandor plateado, el poder de Varión aun ardiendo en su sangre. El canto de la grieta era seductor, maligno. Lo llamaba por su nombre verdadero, el que había sido olvidado por siglos.
—¡No te rendirás ahora! — gritó Dante desde atrás, luchando contra las corrientes violentas que surgían de la grieta.
—¡Lo tengo! ¡Solo necesito un momento! — respondió Archer, lanzando una descarga de energía luminosa que se incrustó en el núcleo de la grieta.
Hubo una explosión sorda, un estallido de burbujas, y luego… silencio.
El agua quedó inmóvil, suspendida