Verónica FerrerUn par de día antes.Allí estaba tratando de convencer a mi padre que me dejara ir, podría irme sin avisarle, pero regularmente no hacía nada sin consultarle, no era tonta sabía lo que significaba ser hija de Piero Ferrer o mejor dicho Piero Ferrari, aunque no llevara el apellido de su familia biológica no podía negar sus raíces, aunque él nunca lo hacía, se sentía orgulloso de quien era.—¿Por qué quieres ir? —La voz de mi padre sonó baja, pero firme. Una orden disfrazada de pregunta. Sus dedos tamborileaban sobre la mesa de roble con impaciencia contenida.El despacho olía a cuero, a libros viejos y a decisiones irrevocables. Me senté al frente, manteniendo la espalda recta, con el corazón golpeando fuerte contra mi pecho, mientras lo escuchaba en silencio.—No quiero que te arriesgues ni te pongas en peligro —insistió, alzando la vista de los papeles para clavarla en mí—. Tú no tienes idea del tipo de persona que son esos. Los Petrov son traicioneros, no tienen comp
IzanEl Porsche rugía como una bestia herida bajo mis manos. La carretera serpenteaba entre los bosques de Nueva York, la noche cerrada como un puño alrededor del auto. Edoardo no respondía. La quinta llamada. La sexta. La séptima. Nada.—¡Maldito bastardo! —Golpeé el volante con tanta fuerza que el cuero crujió—. Si le hiciste algo, te arranco el corazón con mis propias manos. El rugido del motor llenaba el silencio, y aun así, dentro de mí, todo era un grito constante.Mi madre y mi tía me lo habían exigido. “Ve a la finca. Averigua si ya está de vuelta. Haz algo.” Y aquí estaba. Conduciendo como un maldito poseso por la carretera mojada, con los nudillos blancos sobre el volante y la garganta seca de impotencia.Otro intento de llamada al número de Edoardo, con el mismo resultado.El malnacido no contestaba. El timbre repicaba al otro lado, como una burla.—¡Contesta, hijo de puta! —gruñí, golpeando el volante con el puño cerrado.Mi mandíbula crujía de tanta presión. La ve
Verónica FerrerNo me moví. Ni un paso atrás.Tenía la Glock firme en mi mano derecha, el abrigo ondeando por la brisa cortante. Mis botas firmes sobre la tierra mientras veía al grupo de hombres armados que no sabían si estaban a punto de matar o ser avergonzados por una mujer.—¿Qué diablos pasa aquí? —rugí con la voz cargada de desprecio—. ¿Crees que me iré porque me lo pides? —dije sin dejar de ver al hombre, cabello castaño oscuro, ojos verdes como hojas envenenadas y esa arrogancia tan propia de los hombres que creen que el mundo se les debe. Tenía un aura de peligro que olía a pólvora y sudor contenido. Lo que él no sabía es que yo había crecido rodeada de ese tipo de hombres y habían sido ellos mismos quienes me habían enseñado a lidiar con ellos.—¿Esta es la manera de recibir a una invitada? —espeté, apuntando, sin vacilar al pecho de uno de sus hombres—. Que me disculpe tu jefe, pero tendré que decirle que la hospitalidad no es propia de su gente, más bien son todos unos s
IzanNunca en mi jodida vida había conocido a alguien como ella.Ni en los clubes clandestinos. Ni en las misiones donde las mujeres usaban su cuerpo para manipular o rogar por clemencia. Nadie. Nadie como Verónica Ferrari.Y eso me cabreaba.Porque mientras me reponía del golpe directo a mis pelotas, lo único que podía pensar era en lo jodidamente hermosa que era. Cabello oscuro como la noche, los ojos azules intensos, de esos que te desnudaban sin pedir permiso, labios hechos para bendecirte... o destruirte. Se movía como si el mundo le debiera algo y ella viniera a cobrarlo con intereses. Y aunque me había dejado medio doblado, todavía no sabía si quería matarla... o besarla.Sin embargo, todo eso fue interrumpido por la llamada de mi tío. Me alejé un poco para atenderlo, me apoyé en el capó mientras hablaba por teléfono con él. Su voz fue clara y sin margen de duda.“Esa chica es Verónica. Verónica Ferrer. La hija mayor de Piero Ferrer, uno de los jefes de la Ndrangheta y la Camo
IzanElla sonrió, una sonrisa lenta y provocadora que me hizo hervir la sangre, como si poco le importaran mis palabras.—¿Y qué harás, Armone? —ronroneó mi nombre—. ¿Me golpearás? ¿Me matarás? ¿O simplemente te quedarás ahí, temblando como un cachorro asustado?No pude contenerme más. La tomé por la nuca y estrellé mis labios contra los suyos. Fue un beso violento, furioso, cargado de toda la tensión acumulada. Ella me respondió con la misma intensidad, sus uñas clavándose en mis hombros.Sus labios sabían a vino tinto y venganza.La llevé hasta el coche y la empujé contra la carrocería, sintiendo cómo su cuerpo se arqueaba contra el mío. No era un beso de amor. Era una batalla. Una lucha por el dominio donde ninguno quería ceder.—Así que esto es lo que querías —gruñí contra su boca, mis manos atrapando sus muñecas contra el coche—. Jugar con fuego.Verónica respondió mordiéndome el labio hasta sacar sangre.—Yo no juego, Armone. —Su rodilla rozó, peligrosamente, mi entrepierna—. Yo
TrinaCuando me atraparon, sabía que no podía hacer nada, no en ese momento. Tendría que esperar que estuviera en situación de ventaja para poder enfrentarme a ellos.Así que sin poner resistencia caminé con ellos, me subieron a un jeep y enseguida arrancaron, condujeron por un lugar desconocido. El trayecto fue largo y silencioso, solo interrumpido por el crujir de las llantas sobre el camino de tierra. Sentía la mirada penetrante de mis captores, pero me negué a mostrar miedo. En mi interior, la rabia y la frustración hervían como lava, amenazando con estallar en cualquier momento.Llegamos a un aeropuerto clandestino, allí nos estaba esperando un jet, pero apenas me bajaron, aproveché ese momento y desarmé a uno de los hombres y le disparé en el pie, a otro en una mano. El caos se desató en segundos. Los otros hombres reaccionaron, yo disparé, pero no atiné a más nadie. Me puse en movimiento, corriendo contrario a la pista. El rugido de los motores del jet ahogaba los gritos y di
Advertencia: Es romance oscuro que se caracteriza por tratar temas intensos y sombríos en el contexto de una relación romántica. Aquí son malos los mafiosos, no se arrastran ante la mujer y tienen pocos gestos romántico. Demuestran su amor a lo bruto. Si no les gusta este tipo de historia por favor vayan a leer otra de su agrado. Antecedentes La mafia roja, o la Bratvá, tiene sus raíces en las antiguas organizaciones criminales de Rusia que se expandieron hacia América durante el colapso de la Unión Soviética. A lo largo de los años, han consolidado su poder mediante alianzas estratégicas y una reputación temida por su brutalidad. La historia del grupo está marcada por sangrientos enfrentamientos con familias rivales y un legado de venganza que ha moldeado su cultura interna. Vor (El Padrino o Jefe): Máximo líder del grupo criminal, toma las decisiones y supervisa todas las operaciones. Pakhan: Miembros de alto rango que eligen al Vor. Élite criminal. Sovietnik (Consejero o D
Dominic Luego de aterrizar ese mismo día en la ciudad de Nueva York, el cambio para mi es radical, de la tranquilidad de mi mansión en Rusia, a la vibrante marea de luz y color de un desfile de moda en Nueva York.La primera fila es un escenario propio, donde cada gesto es observado, cada expresión analizada. Pero nadie puede leerme. Mi rostro es una máscara de serenidad inescrutable, un contraste gritante a la oscuridad que dejé tras las puertas de mi fortaleza ancestral.Sentado allí, rodeado de la elite, las cámaras y las sonrisas fabricadas, puedo sentir cómo se diluye cualquier vestigio de duda. El ruido, el bullicio, la superficialidad del glamour... Nada toca la esencia de lo que soy. Soy un depredador vestido de etiqueta, un lobo entre ovejas, y sin importar cuánto brille el mundo a mi alrededor, mi naturaleza oscura no se ve afectada."Adaptabilidad," pienso, mientras mis ojos recorren la pasarela. Esta habilidad para camuflarme entre las facetas de la sociedad es tanto mi a