Epílogo. El amanecer de la Reina Sangrienta
Tres años después
El viento gélido de las montañas rusas me golpeaba el rostro, pero no sentía el frío. No. En lo profundo de mis huesos, solo ardía el fuego. Tres años. Tres malditos años habían pasado desde que el mundo se detuvo, desde que sentí el resplandor infernal en el horizonte y supe que se lo había llevado. A él. A Dominic.
Las cenizas de Novosibirsk se habían disipado hace mucho, pero las suyas… las llevaba grabadas a fuego en mi alma. Cada bocanada de aire helado era un recordatorio del vacío que dejó, un vacío que la promesa de venganza había llenado con una determinación inquebrantable.
Estoy de pie en la cima de este pico desolado, con la nieve crujiendo bajo mis botas, como si el propio suelo gimiera bajo el peso de mi promesa. No estoy en tacones, no. Llevo un abrigo de piel oscura que me envuelve como una segunda piel, botas militares que pisan con autoridad, y un cuchillo táctico envainado en mi muslo.
Mi cabello, antes castaño, ahora es más oscuro, casi negro az