Capítulo 28. La ira del dueño del infierno.
Dominic Ivankov
Cuando salí y la vi allí desnuda, temblorosa. Con la piel marcada por el látigo y los ojos brillando como vidrios rotos. De rodillas en la plataforma, sus caderas desnudas rozando el suelo manchado de vino y sudor, algo en mi pecho se retorció como una serpiente envenenada.
—¿Por qué la trajeron? —pregunté a Andru, mi voz tan fría que hasta las luces rojas del salón parecieron titubear.
Mi segundo a cargo se encogió de hombros, pero su sonrisa burlona delataba que disfrutaba del espectáculo.
—Tú pediste que trajéramos a todas las chicas nuevas, ella es una —dijo, mordisqueando un cigarrillo sin encender—. ¿Acaso cuándo dijiste eso, no la incluías a ella?
Apreté la empuñadura de la pistola hasta que el metal grabó su marca en mi palma. Ella no era una más. Nunca lo sería.
—¡Cierra tu maldita boca! —siseé, clavándole una mirada que había hecho sangrar a hombres más valientes.
Pero Andru, el único imbécil con licencia para cuestionarme, siguió sonriendo.
—¿Te interesa? —s