Continuación:Maite arqueó una ceja, y asintió con una sonrisa contenida, aunque en su interior se moría por exigirle que dejara de jugar con su paciencia. Ella podía sentir que él le ocultaba cosas. El conductor le abrió la puerta y Maite estuvo a punto de descender, pero Aris la retuvo de la muñeca y, con una firmeza posesiva, la atrajo hacia él para plantarle un beso en los labios. —Duerme a los niños y espérame despierta —le ordenó en un murmullo grave. Maite rodó los ojos con fingido desgane. Aris descendió del vehículo con fluidez y, antes de que el conductor pudiera reaccionar, le hizo un gesto con la mano. —Yo manejo —dictaminó, con un tono que no admitía réplica. Nikos, que había permanecido en silencio hasta el momento, comprendió la invitación implícita en el movimiento de cabeza de Aris y bajó tras él. ### Minutos después:El motor rugió cuando Aris pisó el freno de golpe, haciendo que las llantas chirriaran en el asfalto con un sonido desgarrador. —Baja —o
Narrador omnisciente:Leonardo entró a la casa tambaleándose, con la camisa arrugada, la corbata deshecha y el aliento impregnado de un fuerte olor a alcohol barato. La puerta se cerró de un portazo tan violento que el eco resonó por todo el apartamento como un trueno inesperado.En la sala, Marina estaba recostada en el sofá, con una pierna cruzada con elegancia despreocupada sobre la otra y el control remoto entre los dedos. Ni siquiera se inmutó al verlo entrar; su rostro permaneció impasible, como si lo hubiera estado esperando.Lucía, en cambio, que se encontraba en la cocina peleando con una olla de arroz que se le pegaba en el fondo, salió al pasillo apresurada al oír el estruendo. Su rostro se iluminó momentáneamente con alivio; pues Leonardo llevaba dos días sin aparecer, y ese silencio comenzaba a pesarle como una premonición oscura.—¡Mira lo que me han hecho! —gritó Leonardo de pronto, señalándolas con un dedo tembloroso.Lucía se quedó paralizada. Un escalofrío le recor
Narrador omnisciente:A kilómetros de distancia y a mundos de diferencia, la vida de Maite era un paraíso dorado. Había decidido no incomodar más a Aris con la idea de casarse, ni insistir en que los niños llevaran su apellido. Había comprendido que, con él, todo tenía que fluir con paciencia… y astucia.Durante esos días, todo fue armonía: veían películas, comían palomitas en el sofá, coloreaban libros infantiles, y en las tardes, Aris regresaba del trabajo como un padre de familia. Incluso había propuesto inscribir a los pequeños en una escuela privada, de las más prestigiosas de la ciudad. Y Maite… se lo permitía todo.Esa noche, frente al espejo de cuerpo entero, Maite se contemplaba con detenimiento. El vestido de gala le abrazaba cada curva con una perfección casi irreal: rojo carmesí, ajustado, de espalda descubierta. Se sentía una diosa encarnada en carne y hueso. La gala de celebración por el éxito de su última película la esperaba. Cuatro días consecutivos agotando entra
POV Maite.Tanto que luché, tanto que sufrí por evitar que esto saliera a la luz. Y ahora... explotaba en mi cara como una maldita bomba de tiempo. Ese video. Ese que me arrastró a la peor pesadilla de mi vida. El mismo que me robó la paz, que me despojó de todo. Ahora estaba viralizado. En todas las plataformas con miles, y millones de reproducciones, comentarios, burlas, juicios.Sentía el pecho apretado, como si me lo comprimieran con una mano invisible. Las lágrimas calientes rodaban sin pudor por mis mejillas, y no podía —ni quería— detenerlas.Aris me sostenía con su brazo firme, anclándome a la realidad. Sin él, ya me habría desplomado. Sentía mis piernas temblar, inútiles, y traidoras.—Maite, no te preocupes. Yo me encargaré de que ese video desaparezca.La voz de Javier sonó delante de mí, pero era como si viniera de lejos, tan lejana como si me hablaran desde el fondo del mar. Apenas asentí. El zumbido en mis oídos era más fuerte que sus palabras. Me sentía flotando, des
POV Aris.En el momento exacto en que Nikos me llamó para informarme que había encontrado a los malnacidos que aparecían en el jodido video, sentí que algo dentro de mí se rompía. Estaban en un bar de mala muerte, bebiendo como si no hubiesen arruinado la vida de nadie. Como si las lágrimas de Maite no importaran. Como si no hubieran mancillado su nombre. No pensé en nada. Solo le ordené que los trajera a la villa.Y cuando los tuve frente a mí, mi instinto se impuso. Ni siquiera consideré llevarlos a una habitación apartada. No. La furia me cegó. Los hice arrodillarse como los perros que eran y, en pleno salón principal, comencé a destrozarlos a golpes.Los nudillos me ardían. El sudor me corría por la frente. Cada crujido de sus costillas me devolvía las imágenes de Maite llorando, desplomada, y rota.No buscaba justicia. Buscaba desahogo. —¡Aris! ¿Por qué ellos...? —La voz de Maite me atravesó como una cuchilla.Me giré bruscamente, jadeando, y con los puños aún apretados. Ella
Narrador omnisciente:El olor a desinfectante y medicamento rancio impregnaba cada rincón del hospital público, y a Marina le revolvía el estómago con cada bocanada de aire. Apretaba los labios, torciendo la boca con desdén mientras paseaba la mirada por los otros pacientes.Desde el incidente con Leonardo, había tenido que soportar un lugar así, rodeada de camas improvisadas, cortinas manchadas y suspiros agónicos. No estaba allí por enfermedad propia, sino por un deber que aborrecía.—Madre, aquí está todo lo que pediste. Me voy, no soporto este lugar, este olor me revuelve el estómago —dijo Marina con asco, estirando una bolsa de plástico mugrienta hacia Lucía.Lucía negó con la cabeza, cansada, y con el rostro marchito por el estrés.—No te vayas todavía, hija… quédate conmigo unos minutos —suplicó.Marina rodó los ojos con fastidio.—Mamá, no tenemos por qué seguir aquí. Volvamos al apartamento de este inútil. Déjalo solo, ya está.—No puedo, Marina. Alguien tiene que quedarse a
POV Maite.Mi ansiedad estaba al límite. Apenas había pasado un día desde que los culpables del escándalo confesaron públicamente, y, sin embargo, no podía dejar de pensar en la reacción de mi padre al verme. El juicio del mundo me tenía sin cuidado: que si mis asesores habían orquestado todo, que si mi imagen pública estaba siendo “limpiada”, que si no era creíble que una gemela pudiera suplantar a la otra... Claro, hablan porque no conocen a Marina. No saben de lo que es capaz.No se imaginan lo perversa que puede ser mi hermana, lo profundo que puede hundirse solo por dañarme. Pero entre todos los comentarios, miradas y acusaciones, había una sola opinión que me importaba: la de mi padre. Mientras él, mis hijos y el hombre que amo crean en mí… el resto del mundo puede arder.Esperaba junto a Aris y a los niños a la salida de la prisión. Llevaba un ramo de flores entre mis manos y no podía dejar de mirar la puerta con el corazón apretado. Cada sonido metálico, cada sombra que se m
POV Maite. Las palabras de Marina quedaron vibrando en mi cabeza como un eco maldito. Pero me obligué a respirar hondo. No… no iba a caer en sus provocaciones. Esa mujer disfrutaba revolcarse en el odio, en el caos, y solo buscaba arruinar mi felicidad. No le daría ese gusto.Nos fuimos. Y para mi sorpresa —y también mi alivio— todo lo que Aris había dicho era real. No se trataba de una simple puesta en escena para irritar a mi madre y a Marina. Era verdad. Todo.Después de comer algo delicioso en un restaurante elegante —donde Gianna se relamía con los postres y Gael no soltaba la mano de mi padre— nos dirigimos al lugar donde mi padre se instalaría. Al llegar al penthouse, no pude evitar quedarme boquiabierta. Era amplio, luminoso, con ventanales que daban a la ciudad y con una decoración sobria pero elegante. Y lo más impactante era que todo estaba preparado. Cada rincón parecía esperarlo.—¿Qué…? —balbuceé.Aris sacó un sobre elegante y, sin titubear, se lo extendió a mi padre