Cap. 123. No fue perdón, fue humanidad.
Narrador omnisciente.
Maite soltó el aire como si hasta ese momento no hubiera respirado.
—¡Dios, ahora qué haré!— exclamó totalmente asustada, pensando que esos autos que se detuvieron junto a ella eran los hombres de la familia de Helena.
Pero cuando vio que los hombres que bajaban de los autos eran los escoltas de Alexandros, sintió que las piernas por fin le respondían. Y al verlo corriendo hacia ella, algo en su pecho se rompió.
Sin pensarlo, echó a correr también, temblando, y se arrojó en sus brazos con todo el miedo y el alivio de quien ha estado al borde de perderlo todo.
—Estás aquí… —murmuró, apenas audible, mientras se aferraba a él con fuerza.
Temblaba. No de frío, sino de todo lo que había aguantado. Las lágrimas que se había obligado a retener le brotaron sin control.
No supo si lloraba por miedo, por rabia o por consuelo, pero no le importó. Lo necesitaba. Necesitaba sentirlo real, tangible, sosteniéndola.
Alexandros la apretó contra su pecho con desesperación, co