Para cuando el Jeep se detiene frente a las imponentes puertas del Ritz, los huéspedes que entran y salen del lujoso complejo no pueden evitar dar furtivas miradas de desaprobación al ver el ya bastante gastado auto.
Ignorando ese detalle, Leonardo, deja escapar un silbido bajo y divertido al observar la majestuosa entrada del complejo.
—Bueno, parece que tuve una buena pesca esta noche —comenta en un tono que busca ser juguetón, para luego dedicarle una rápida mirada a Thalia, que aún está sentada en el asiento del copiloto.
Pero ella, todavía desorientada y con el cansancio reflejado en sus ojos, prefiere ignorarlo. Tras dejar salir un largo y pesado suspiro, toma la manilla y abre la puerta del jeep para bajar en silencio.
De inmediato, los que logran reconocerla, se muestras sorprendidos de ver su figura vestida con un simple y viejo chándal gris a juego con la camisa, una ropa tan acabada y fuera de lugar que contrasta con el lujo que la rodea.
Leonardo la observa marcharse desde su puesto en el Jeep, una sonrisa burlona jugando en sus labios. Cuando Thalia ha avanzado algunos pasos, él inclina la cabeza hacia afuera de la ventana y toca el claxon un par de veces antes de levantar la voz lo suficiente para que ella lo escuche.
—¡Por lo menos un “gracias” hubiera quedado bien! —dice con un tono que mezcla el sarcasmo con una genuina diversión.
Thalia se detiene en seco al escucharle gritar, sintiendo un calor subirles a las mejillas por la vergüenza que siente, pues las persona que la rodean ya comienzan a murmurar. Pero, aun así, se da cuenta de que, a pesar de todo, él tiene razón.
Girándose lentamente y, totalmente apenada, regresa hacia el Jeep, logrando así que él deje de tocar el jodido claxon y gritar, pero evitando mirarlo directamente.
—Tú ganas, ven conmigo —murmura—. Pero, por favor, ya no grites.
La actitud juguetona de Leonardo se desvanece al instante. Reconociendo el nerviosismo y la vergüenza en la voz de la rubia.
Cuando sale del jeep, el valet se cruza en su camino y Leonardo le entrega las llaves con un gesto rápido para luego seguir a Thalia quien ya se adelantó algunos pasos.
Thalia se acerca a la recepción con pasos rápidos. Al verla llegar, la recepcionista, una mujer joven y elegante, levanta la vista y esboza una sonrisa respetuosa.
—Buenos días, señorita Bianchi —saluda con un tono cortés y deferente—. Tiene varias llamadas perdidas de su madre y su hermano. Ambos dejaron dicho que por favor se ponga en contacto con ellos lo más pronto que pueda. Sus compañeros también le dejaron un mensaje, que la estarán esperando en Barcelona pues podían perder el vuelo.
Thalia asiente, intentando mantener la calma. Que sus compañeros siguieran el viaje no le importa y por otro lado, sabe que cuando llame a su madre y su hermano estos se calmaran.
—Gracias —responde mientras toma las llaves de su habitación que la recepcionista le ofrece.
—Y usted… ¿necesita algo? —pregunta con un tono menos cortes hacia Leonardo.
—El señor, viene conmigo —son las rápidas palabras de Thalia, mismas que hacen que la mujer la mire con duda, pero sin decir nada más, solo asiente y regresa su atención a los papeles de recepción—. Y por favor, envíen una masajista a mi habitación en media hora.
La recepcionista asiente con rapidez, anotando la solicitud sin hacer más preguntas.
La facilidad con la que Thalia se expresa, su tono amable pero autoritario y la reacción inmediata de la recepcionista, no pasan desapercibidos para Leonardo. Aunque hasta ese momento se había mantenido en silencio, entiende clara y rápidamente que su “damisela en peligro” pertenece a un mundo de dinero y poder.
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Cuando entran en la habitación, Leonardo sigue a Thalia y lo que se muestra ante sus ojos confirma la idea surgida en lobby: aquella rubia es definitivamente una mujer de dinero. La suite de lujo del hotel es impresionante, con ventanales que ofrecen una vista panorámica del mar, muebles de diseño y detalles decorativos que gritan exclusividad. El espacio es vasto, tanto que Leonardo no puede evitar pensar que su habitación entraría unas cinco veces en esa sala.
—Joder…—murmura para sí mismo, impresionado por el lujo que lo rodea—. Siempre he visto lugares como este solo en revistas.
La mira que recibe de Thalia, le deja en claro que ese lugar para ella es solo uno más a los que está acostumbrada. Es por ello que, teniendo la confianza de estar en un lugar en el cual tiene todo el control, finalmente habla.
—Supongo que sí —dice mientras hace un leve gesto con sus cejas—. Espera un momento.
Sin decir nada, Leonardo la observa mientras ella camina a una de las puertas del fondo, desapareciendo por un par de minutos.
Tomándose un momento para mirar alrededor de la habitación no puede evitar sentir que, en lugar de una habitación, en realidad está dentro de un museo. Es cierto que su línea de trabajo le ha permitido trabajar con algunas personas de dinero, pero joder, ese tipo de lujos tan sofisticado y frío es reservado para muy pocos.
Cuando Thalia regresa a la estancia, Leonardo vuelve a fijar su atención en ella y nota que la rubia se acerca a él con un papel en la mano que le extiende una vez que están cerca. A diferencia de la pena que sentía antes, ahora su expresión es fría, y su tono, al hablar, es soberbio.
—Espero que esto cubra los gastos por la molestia y también por la… ropa.
Al escuchar aquello, Leonardo frunce ligeramente el ceño mientras toma el papel que ella le ofrece. Al mirar lo que tiene en la mano, no le sorprende descubrir que es un cheque con una cantidad generosa escrita con una caligrafía pulcra.
El pelinegro repasa el monto por un par de ocasiones y luego termina por levantar la mirada hacia Thalia.
—¿Esto es una broma? —pregunta, su voz cargada de una ligera indignación.
Thalia lo mira con indiferencia, como si no entendiera por qué podría estar molesto.
—¿Te parece poco? —pregunta con el mismo tono frío.
Leonardo no responde de inmediato. ¿Parecerle poco? Tendría que ser un idiota para decir que eso es poco. Si sus cuentas no están malas, tendría que trabajar medio año antes de poder tener esa suma. Pero, en lugar de dar una respuesta verbal, opta por doblar el cheque con cuidado y sin apartar la mirada de ella, lo rompe en dos, dejando caer los pedazos al suelo.
Mientras el sonido del papel rasgándose resuena en el silencio de la habitación, el gesto deja a Thalia desconcertada.
—No estaba bromeando cuando dije que un simple “gracias” hubiera bastado —es su respuesta firme, su voz ahora más dura, cargada de decepción que apenas intenta disimular.
Sin darle ningún tiempo para reaccionar, y sin más ganas de perder tiempo, Leonardo se da la vuelta y se dirige a la puerta. Antes de salir totalmente, se detiene un instante y girando solo la cabeza la mira una vez más. Sus ojos, que antes habían mostrado compasión y preocupación por ella al haberla visto indefensa y a poco de ser abusada, ahora solo reflejan desaprobación.
—Buenos días —añade, cerrando la puerta detrás de él con un golpe seco, dejando a Thalia sola en la lujosa suite, sorprendida y, quizás por primera vez en mucho tiempo, con un atisbo de duda sobre cómo ha manejado la situación.
Una vez en el lobby, Leonardo camina con paso calmado a la salida, al llegar al parking su celular comienza a vibrar en su bolsillo. Revisando el identificador, nota el nombre de Mateo, su antiguo compañero del ejército. Sin pensarlo dos veces, atiende la llamada.
“¿Te interesa un trabajo fácil y con buena paga?” —dice la voz de Mateo tan pronto como la llamada se conecta—. Tengo un buen cliente para ti.
—¿A quién quieres que mate?
“Jajajaja a nadie. Por el contrario, se trata de ser niñero.”
—Ya dejé ese tipo de trabajos ¿lo recuerdas?
“Vamos amigo, este trabajo te conviene, buena paga y poco trabajo.”
—¿De verdad? ¿de qué se trata?
“Bien, ¿sabes quienes Donatella Bianchi…?”
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